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Los dos criados que estaban antes en el recibimiento y un maître d'hôtel con cadena de plata y patillas de diplomático viejo parecían defender el tesoro del centro de la mesa, dignándose entregar únicamente lo que estaba en los bordes de ella. Servían tazas de , de chocolate, ó copas de licor; y en cuanto á comestibles, sólo avanzaban los platos de emparedados y galletas.

Porque little Georgy se había resistido con una tenacidad británica, increíble en sus dos años de edad, a aceptar todos los medios nacionales de transporte que se le había indicado, tales como los brazos de un indio a pie, una canasta sobre una mula, a la que haría contrapeso una piedra del otro costado, un catre llevado a hombros y sobre el cual lo acompañaría su bonne, los brazos del maitre d'hôtel... nada, little Georgy quería ir con su padre, y con su padre fue casi todo el camino, sin que éste, bueno, bondadoso, tuviera una palabra agria contra el niño.

HABAS A LA CASERA. Se cuecen en agua hirviendo; se escurren y se les da unas vueltas en una cacerola con manteca y harina; añádase sal, pimienta y ajedrea picada. Al tiempo de servirlas, líguense con yema de huevo. HABAS A LA "MAITRE D'HOTEL". Se cuecen con agua, sal y hierbas aromáticas; se saltean con manteca y perejil picado, y se sirven.

Para medio kilo de patatas, cincuenta gramos de manteca y seis huevos. PATATAS A LA "MAITRE D'HOTEL". Se cuecen con agua y sal unas patatas enteras que sean muy pequeñitas; se pelan y colocan en una fuente que resista el fuego, y antes se habrá puesto en la fuente salsa a la "maitre d'hotel".

SALSA A LA "MAITRE D'HOTEL". Se amasa en una cacerola cien gramos de manteca de vaca con sal, pimienta, perejil picado y zumo de limón. Se trabaja mucho, y se sirve con pescados asados. SALSA RUBIA. Con manteca de vaca se fríe un picadillo de jamón, y dora con una cucharada de harina; se sazona de sal y pimienta; se agrega el caldo necesario y se cuece un rato.

Luego, el servicio; el maitre d'hôtel, inglés, tan rígido sobre su mula como cuando más tarde murmuraba a oído: «Margaux, 1868», el chef francés, riendo y dándose cada golpe que las piedras se estremecían de compasión, y por fin, las dos pobres muchachas inglesas, que jamás habían montado a caballo y que miraban el porvenir con horror.

Satisfecho de que la poetisa le dejase en paz por unos instantes, fué examinando la mesa, con un plato y un cuchillito en las manos. Como el maître d'hôtel y sus acólitos estaban ocupados en atender al público, pudo avanzar entre aquella y la pared, y cortó tranquilamente un pedazo del pastel más majestuoso.

Senadores y diputados que iban a Bogotá a la apertura del Congreso; jóvenes ingenieros americanos, a los trabajos de los ferrocarriles de la Antioquía, uno de los cuales, hombre robusto, sin embargo, venía doblado por la fiebre palúdica contraída en el viaje; negociantes franceses e ingleses; touristes de vuelta y por fin, la familia entera del ministro inglés, compuesta de su señora, tres niños, dos jóvenes maids inglesas, chef, maitre d'hôtel, ¡qué se yo!

Y desde el maître d'hôtel hasta don Joselito, comenzaron a trabajar, sin dar apenas abasto en servir a la emocionada concurrencia un lunch improvisado, un pic-nic sustancioso. Era el marqués de Butrón una de esas medianías que en los tiempos de escasas notabilidades pasan por eminencias, debiendo sólo su altura a las escasas proporciones de los hombres y cosas de su época.

Nelet, con la gravedad de un maître d'hôtel, muy circunspecto desde que veía en la mesa al tío millonario, sacó de la cocina el plato del día, la obra maestra de Visanteta, un pescado a la bayonesa que arrancó a todos un grito de admiración. ¡Caballeros...! ¡Ni en la mejor fonda! dijo Rafael . ¡Ole por la cocinera! Don Juan encontró de mal gusto la felicitación, pero admiró la obra.