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El viejo notario tomó entonces del lecho una hoja de papel, y continuando, al parecer, una lectura interrumpida, leyó: «Por estas causas, instituyo por este testamento ológrafo, por legatario universal de todos mis bienes, tanto en España como en Francia, sin reserva ni condición alguna, á Máximo Santiago María Odiot, Marqués de Champcey d'Hauterive, noble de corazón como de raza.

El anciano me esperaba delante de la puerta de su pequeño salón: después de una profunda inclinación, tomó ligeramente mi mano entre sus dos dedos y me condujo frente á una señora anciana, de apariencia bastante sencilla, que se mantenía de pie delante de la chimenea: ¡El señor marqués de Champcey d'Hauterive! dijo entonces el señor Laubepin con su voz fuerte, tartajosa y enfática: luego de pronto, en un tono más humilde y volviéndose hacia : La señora Laubepin dijo.

Si bien más de las tres cuartas partes de mi fortuna actual ha sido adquirida en gloriosos combates, no por eso es otro su origen que el que acabo de indicar. »Al volver á Francia, en mi vejez, me informé de la situación de los Champcey d'Hauterive: era dichosa y opulenta. Continué guardando un profundo silencio. ¡Que mis hijos me perdonen!

He aquí el texto literal de esta pieza: A MIS HIJOS «El nombre que os lego, y que he honrado, no es el mío. Mi padre se llamaba Savage. Era regidor de una plantación en la isla, entonces francesa, de Santa Lucía, perteneciente á una rica y noble familia del Delfinado, la de los Champcey d'Hauterive.

Haciéndome sentar entonces y poniéndose de espaldas á la chimenea, dijo: Señor marqués de Champcey d'Hauterive, me preparaba ayer á escribirle, cuando supe su llegada á París, la que me permite informarle á usted in voce del resultado de mi celo y de mis operaciones. Presiento, señor, que ese resultado no es muy favorable.

El año de 1820, la señorita Luisa Elena Dougalt Delatouche D'Erouville fué pedida en matrimonio por Carlos Cristian Odiot, marqués de Champcey d'Hauterive; investido por una especie de tradición secular de la dirección de los negocios de la familia Dougalt Delatouche, y admitido con una respetuosa familiaridad de largo tiempo atrás, cerca de la joven heredera de aquella casa, debí emplear todos los argumentos de la razón para combatir las inclinaciones de su corazón y retraerla de aquella funesta alianza, y digo funesta alianza, no porque la fortuna del señor de Champcey fuese, á pesar de algunas hipotecas que la gravaban á la sazón, menos que la de la señorita Delatouche.

Señorita, no me deja usted ninguna retirada posible; no me queda otro recurso que confiarme á su discreción. No si el nombre de los Champcey d'Hauterive le es conocido. Conozco perfectamente, señor, á los Champcey d'Hauterive, que son una buena y una excelente familia del Delfinado. ¿Qué conclusión saca usted de eso? Yo soy hoy el representante de esa familia.

¿Usted? dijo la señorita de Porhoet, haciendo alto súbitamente, ¿usted es un Champcey d'Hauterive? Desgraciadamente, , señorita. Eso cambia la especie dijo; déme, primo, su brazo, y cuénteme su historia. Creí que en el estado en que las cosas se hallaban, lo mejor era no ocultarle nada.