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Sin embargo, había oído á menudo citar á mi alrededor á la torre d'Elven, como una de las ruinas más interesantes del país, y jamás había recorrido ninguno de los dos caminos que de Rennes ó de Joselyn se dirigen hacia el mar, sin contemplar con ávida mirada esa masa indecisa, que se ve sobresalir en medio de los lejanos eriales como una enorme piedra levantada; pero el tiempo y la ocasión me habían faltado.

¡Qué bello día de otoño, señor! me dijo. , señorita. ¿Se pasea usted? Ya lo ve. Uso de mis últimos momentos de independencia... y aun abuso, pues me siento algo aburrida de mi soledad... Pero Alain es necesario en casa... Mi pobre Mervyn está cojo... ¿Quiere usted reemplazarlos, por ventura? Con el mayor gusto. ¿Adónde va usted? No lo ... tenía la idea de llegar hasta la torre d'Elven.

Desde largo tiempo había dejado de ver la torre d'Elven, cuya posición ni aun podía conjeturar, cuando se apareció repentinamente entre el follaje, levantándose á dos pasos de nosotros, con la prontitud de una aparición.

La he encontrado en el camino, á eso de las cinco. Nos hemos cruzado. Ella me dijo, que pensaba llegar hasta la torre d'Elven. ¡A la torre d'Elven! Se habrá extraviado en los bosques. Es preciso ir á buscarla prontamente. Que se den las órdenes. El señor de Bevallan pidió en el momento caballos.

A poca distancia d'Elven, tomamos un camino extraviado que nos condujo á la cumbre de una árida colina. Desde allí percibimos distintamente, aunque á mucha distancia, el coloso feudal, dominando frente á nosotros en una altura poblada de árboles. El erial en que nos hallábamos, bajaba por una escarpada pendiente hacia unas praderas pantanosas guarnecidas por una espesa selva.

Los dos corazones, que según mi opinión, son dignos el uno del otro, no han podido aproximarse sin entenderse: pero ese extravagante acontecimiento, cuyo teatro romántico ha sido la torre d'Elven, confieso que me desconcierta enteramente. ¡Qué diantre! querido joven, saltar por la ventana, á riesgo de romperse la cabeza, era, permítame que se lo diga, una demostración muy suficiente de su desinterés; fué, pues, muy supérfluo agregar á este paso honorable y delicado, el juramento solemne de no casarse jamás con esa pobre niña á no ser eventualidades que es absolutamente imposible esperar.

No había visto á la señorita Margarita desde el instante de nuestra separación en la torre d'Elven. Cuando entré, estaba sola en el salón; al reconocerme hizo un movimiento involuntario como para levantarse, pero permaneció inmóvil y su fisonomía se coloreó repentinamente de una púrpura ardiente. Esta fué contagiosa, por que yo mismo sentí que me enrojecía hasta la frente.

La aldea d'Elven que atravesamos, aflojando un poco nuestra carrera, da una idea verdaderamente pasmosa de lo que podía ser una villa de la edad media. La forma de las casas, bajas y sombrías, no ha cambiado desde hace cinco siglos.

El señor Desmarest, después de haberme hecho una primera cura, montó en carruaje con la señora de Laroque, que iba á esperar en la villa d'Elven, el resultado de las pesquisas, que el señor de Bevallan debía dirigir en las inmediaciones de la torre. Eran cerca de las diez cuando Alain vino á anunciarme que la señorita Margarita había sido hallada.