United States or French Polynesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Viva impresión produjo en el juez Ferpierre la lectura de estos documentos. La instintiva aversión que sentía por el rebelde se había ido atemperando secretamente con un sentimiento de compasión. Aquella alma convulsa no era tan mala: puesta en otro camino y bien guiada, habría podido dar al mundo luminosos ejemplos del bien. ¿Por qué no lo había curado el amor de un ser como la Condesa d'Arda?...

Pensando que ya en ocasión anterior, en los comienzos de su amistad con la Condesa d'Arda, el Príncipe había casi abandonado la propaganda, considerando también que antes de haber concebido el ideal político el joven se había transformado por amor a la Princesa Arkof, el juez creía poder sospechar que el amor fuera otra vez la razón de aquel cambio. ¿Se trataba de la antigua pasión por la Condesa, resucitada de improviso, o más bien de alguna nueva aventura?

»Sor Ana, ruegue usted por Pasaron los años, y la Condesa Florencia d'Arda, el Príncipe Alejo Zakunine y Alejandra Natzichet se fueron borrando poco a poco de la memoria de los hombres.

Y al juez no le parecía increíble que Vérod, sintiéndose amado, se satisficiera con sólo la amistad pura: si el artista había puesto en juego el sutil expediente de la poesía para seducir a aquella mujer, si había ennoblecido con la magia de la expresión literaria su descontento y sus deseos, la Condesa d'Arda había podido, despertándose del sueño de un afecto paternal, encontrándose inevitablemente en el terrible dilema de vivir pecando o de morir para evitar la culpa, aferrarse al más desesperado, pero menos indigno de los extremos.

Otra mujer, una mujer en todo distinta de la Condesa, había seducido a Luis d'Arda: éste había tratado de resistir, persuadido de que cometería una infamia traicionando a la jovencita, dándole el ejemplo del mal, él, a quien no sólo el deber sino también el interés, aconsejaban seguir por el recto camino que al principio se había trazado; pero la tentación lo había vencido. ¿Qué se debía pensar de la sospecha de la Condesa, de que él mismo se había dado la muerte? ¿Que su alma elevada atribuía al esposo la decisión de castigarse, ya que había sido incapaz de evitar el error? ¿O más bien la imaginación romántica de la joven veía un suicidio donde no había más que un desgraciado accidente?

Cuando los periódicos publicaron la noticia de que, cerrada la instrucción, resultaba de las acordes confesiones de la Natzichet y de Zakunine que la Condesa d'Arda había sido asesinada por la nihilista, y que la acusación defería a la reo al juicio de los jurados, la curiosidad del público, que había crecido desmesuradamente en los últimos días, se aquietó por fin.

La villa Cyclamens estaba alquilada a una señora milanesa, la Condesa d'Arda, que la ocupaba todos los años, de junio a noviembre. La amistad de la Condesa con el Príncipe Alejo Zakunine, revolucionario ruso que había sido condenado primero en su país, expulsado en seguida de todos los Estados de Europa y refugiado últimamente en el territorio de la Confederación, era conocida desde tiempo atrás.

Arriba está nuestro escudo, dibujado con perfección, y luego estas palabras: «Librería internacional de Luis d'Arda; proveedor de Su Gracia la Marquesita Florencia Albizzoni Vivaldi...» ¡Cómo se ha reído papá! «¡Esperamos la facturale ha dicho, siguiendo la broma, y el Conde, muy serio, ha contestado: «Nuestra casa cobra a fin de año

«Vuestro amor será para la salvación, la paz, el puerto, la tierra prometida, el paraíso perdido y vuelto a encontrar. Amadme como yo necesito ser amado, como se ama a los niños y a los animales, como un amor que sea todo indulgencia, compasión, consuelo, alivio y socorro...» Si la Condesa d'Arda no había triunfado en esa obra ¿era suya la culpa?

Cuando Florencia d'Arda vivía, no los había concebido: mientras había podido ver en su muerte la obra de un asesino; mientras se le aparecía rodeada de la aureola del martirio, ninguna sospecha había podido contaminarla; mientras se había visto amado por ella, la había correspondido con un amor puro y confiado. Pero de pronto descubría que su amor no había sido veraz.