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Aquí acaba la relación de los retratos que pintó por aquellos años, inmortalizando a gentes de varia condición, entre las cuales no había casi nadie que lo mereciera. Veamos ahora, sus cuadros de la misma época: donde hallaremos maravillas, encanto de los ojos por lo que deleitan; desesperación de la pluma incapaz de expresar la vida que palpita en ellos.

Por el contrario, sois el único hombre á quien he amado, el que ha encontrado mi corazón virgen... pero por lo mismo, porque sólo mi corazón estaba puro, os amo con pureza... por eso yo, querida del duque de Lerma, querida de don Rodrigo Calderón, mujer perdida, no quiero arrastraros hasta el fango donde está mi cuerpo; os doy mi alma, mi alma entera y nada más; ¿qué me importa que seáis casado? ¿Qué me importa que no me améis si yo os amo?

Entonces, saliendo por fuerza de mi hipnotismo, me entretenía arrojándoles algunos de esos hermosos frutos de oro rojo que pendían al alcance de mi mano. El tambor a quien apuntaba se detenía. Un minuto de vacilación, una mirada en torno para averiguar de dónde vendría la soberbia naranja que rodaba hasta él por la zanja; recogíala después con ligereza y mordía a boca llena, sin mondarla siquiera.

Nicephoro solo dice, que junto al palacio del Emperador Miguel le mataron, sin decir por cuyo órden fué, ni quien lo hizo; pero Pachimerio concuerda con Mantaner en lo mas esencial, porque refiere, que salido el César fuera de la Cámara Imperial, después de haber comido con los Emperadores, le envistieron los Alanos de George, y que Roger viéndose acometido se retiro hácia donde estaba la Emperatriz Augusta, y cayó muerto junto á ella, atravesado de una estocada por las espaldas, y que cuando le llegó la nueva á Miguel, que estaba en otro cuarto de su palacio, del suceso de Roger, y que todo estaba alborotado por las muertes que los Alanos ejecutaban en los Catalanes descuidados, perdió casi el sentido, y preguntó si la Emperatriz habia recibido algun daño y si estaba segura; pero luego supo la ocasion de la muerte de Roger, y mandó que George viniese á su presencia, y le preguntó la ocasion que habia tenido para hacer la muerte de Roger, y que le respondió.

Por eso, donde más lucía era gobernando su yacht: le había llamado a ella varias veces la atención aquella tarde. ¡Qué actitudes tan hermosas tomaba en los momentos de mayor cuidado!

Un día, al salir de su escritorio para ir a comer en la casa donde estaba de huésped, encontró al aperador de Matanzuela. Rafael parecía esperarle apoyado en una esquina de la plazoleta, cuyo frente ocupaban las bodegas de Dupont. Fermín no le había visto en mucho tiempo. Lo encontraba algo desfigurado; con las facciones enjutas y los ojos hundidos en un cerco oscuro.

Al principio el egoísmo de la madre triunfó y se alegró de aquel rompimiento que suponía. Conoció que su hijo no se humillaría jamás a pedir una reconciliación, que antes moriría desesperado como un perro, allí, en aquel lecho donde había caído al cabo, después de pasear la cólera comprimida por toda Vetusta y sus alrededores, de día y de noche.

El viejo me miró con cierta sorpresa. Sin duda no esperaba mi pregunta, ni mi rápido asentimiento a sus palabras. Luego, dijo: Creí que tu madre y me hubierais considerado como un impostor.... Mi estado civil no está claro, no podría fácilmente identificar mi personalidad. ¿Y qué? Se hubiera averiguado de dónde venía y tu madre hubiera tenido un disgusto.... Tu abuela sabía que yo estaba aquí.

Cuando le oía afirmar que era monárquico y enseguida que la idea de Patria no es consustancial con la monarquía, se le llevaban los demonios, y finalmente a punto estuvo de desheredarle sabiendo que durante las elecciones asistió a una reunión de distrito donde solicitó el voto de lo descamisados.

¡Ah! si vos creéis que yo tengo el alma helada, os engañáis; que la tengo muerta, que sólo ha sobrevivido en lo malo, os engañáis, Dorotea, os engañáis; mi vida es una vida poderosa, insoportable, insaciable, una calentura continua; mi vida necesita espacio donde extenderse, y no le halla; mi vida está comprimida, encerrada como en una caja de hierro: cada corazón digno de que encuentro, es un poco de espacio que se dilata en esa caja terrible, en esa prisión que no puedo romper por más que hago; y al mismo tiempo es una amargura más, una amargura infinita; habéis dicho que yo os sacrifico á sangre fría, y al veros sufrir, al veros de tal modo desesperada, tengo el corazón apretado, siento ansias, y me pregunto qué razón desconocida hay para que el hombre se alimente del hombre el alma del alma, la alegría del dolor, la vida de la muerte, me digo y me espanto al decirlo: ¿por qué Dios no nos ha dado otros sentimientos más fáciles de satisfacer? ¿por qué esta continua carnicería? ¿por qué esta durísima é interminable batalla?