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Gloria estaba en su casa hacía dos días, había escrito a su prima, y para no había tenido una letra siquiera. ¿Me estaría alegrando estúpidamente de un suceso que no me iba a reportar ventaja alguna? ¿Resultarían ciertas aquellas calabazas que humorísticamente me había anunciado? Quedeme preocupado.

Su marido faltaba pocas veces del lugar, y no pasaba ninguna noche fuera de él; las ausencias del amigo, sin ser muchas, eran más largas: solían durar dos o tres días.

No baja lo que se gasta, en las más reducidas, del valor de 300 a 400 pesos; y de éstos los que disfrutan menos son los indios, a los que sólo se da carne en abundancia esos días, y algún corto regalillo que se les distribuye; pero para los religiosos, administradores y otros españoles que concurren, como también para el gobernador o tenientes, si asisten, hay abundantes y exquisitas comidas, y regalos llamados tupambaes.

No estaba fija ni presentaba constantemente igual aspecto, sino que cambiaba de posición y de dimensiones, ora agrandándose desmesuradamente, ora achicándose hasta desaparecer casi. Alarmáronse los chinos, que desde cinco días antes estaban intranquilos, temiéndose un asalto.

El que siempre se le mostró leal y agradecido amigo fue Seudoquis, ascendido a coronel en los días de la jura, por los servicios prestados en la persecución de la partida de Campos.

En resolución, Sancho, o vos habéis de ser azotado, o os han de azotar, o no habéis de ser gobernador. -Señor -respondió Sancho-, ¿no se me darían dos días de término para pensar lo que me está mejor?

-No, señor, no es así -respondió Sancho-, porque tengo más de limpio que de goloso, y mi señor don Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas, o de nueces, nos solemos pasar entrambos ocho días.

Gustaba en los días de corrida, después del temprano almuerzo, de quedarse en el comedor contemplando el movimiento de viajeros: gentes extranjeras o de lejanas provincias, rostros indiferentes que pasaban junto a él sin mirarle y luego volvíanse curiosos al saber por los criados que aquel buen mozo de cara afeitada y ojos negros, vestido como un señorito, era Juan Gallardo, al que todos llamaban familiarmente el Gallardo, famoso matador de toros.

Era un delgado rollo, firmemente sujeto con una cinta de seda roja y cerrado por ambos extremos con grandes sellos de igual color. El exnovicio miró y remiró largo tiempo la inscripción exterior, contraídas las cejas y medio cerrados los ojos. Como no he leído mucho estos días, acabó por decir, no estoy del todo seguro de lo que aquí reza.

Muy magnífico Señor: Los otros días me enviaron de la Corte la copia de una relación que dió D. Alvaro de Sande á su maj. del progreso de la jornada de Berbería, ó por mejor decir, de nuestra tragedia; sobre la cual me paresció apunctar algunas cosas de que tenía memoria pontual por hauerlas encomendado los mismos días que sucedían á la escritura; la qual solamente con lo que tenía vestido saqué del fuerte, y vna pequeña ymagen de plata de nra.