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Pero mientras Perla decía esto, se echó á reir y empezó á bailar con la gesticulación petulante de un pequeño trasgo, cuyo próximo capricho sería escaparse por la chimenea. ¿Eres en realidad mi hija? le preguntó Ester.

Patente se ve la inmensa popularidad de La Celestina en España, durante el siglo XVI, así, porque de dicha obra se hicieron en aquel siglo cerca de setenta ediciones, como por los raros que son los ejemplares de todas ellas, demostrando que se leyeron mucho, a no ser que se presuma que en tiempos de mayor recato, hipocresía o pureza de costumbres hubieron de destruirse muchos ejemplares de un libro cuyo licencioso desenfado no puede negarse.

Si suponemos un vaso herméticamente cerrado, cuyo interior quede vacío, reduciéndose á la nada cuanto en él se contiene, y sin que de ningun modo se introduzca nada nuevo; aquella cavidad, aquella capacidad que resulta, y que en nuestro modo de entender, puede ser llenada con un cuerpo, aquello es una parte del espacio.

Luciana, envuelta en un abrigo obscuro cuyo capuchón le velaba en parte la cara, estaba hablando, en un rincón del recibimiento, con Lautrec, en voz baja y animada. Su madre, pronta a salir, la llamó, y le decir: ¡Oh! eso, señor Lautrec, nunca... nunca más. Y se separó de él. Adiós, entonces... por mucho tiempo. Dióle Lautrec la mano, y Luciana dejó caer en ella la suya como a su pesar.

La Catedral es severa y elegante; pero, a mi juicio, se lleva la palma el frente de la pequeña capilla que tiene al lado, sencillo, desnudo casi, con sus dos pequeños campanarios en la altura, que acentúan la inimitable armonía del conjunto. En el camino a las Nieves hay una iglesia, cuyo nombre no recuerdo, totalmente cubierta al interior de madera labrada.

Le manifesté que me era imposible saber quién era, a lo cual replicó él, insistiendo: Cuando regrese, vigile los movimientos de su titulado amigo Seton, y entonces puede ser que tenga oportunidad de conocer a su amigo, cuyo retrato le he mostrado. Una vez que esto suceda, escríbame, y déjemelo a mi cargo.

Don Andrés y los amigos del casino le preguntaban cuándo sería la boda; su madre hablaba en presencia de los chicos de las grandes trasformaciones que se tendrían que hacer en la casa. Ella, con las criadas abajo, y todo el primer piso para el matrimonio, con habitaciones nuevas que habían de ser asombro de la ciudad, y para cuyo adorno vendrían los mejores decoradores de Valencia.

La primera, con fecha 2 de agosto de 1595, avisaba la llegada á Dieppe, cuyo gobernador recibió á Pérez con grandes atenciones.

Allí, a la sombra de los ahuehuetes, charlaban y reían cinco o seis lechuguinos. Entre ellos estaba el joven cuyo destino fuí a ocupar. mi nombre y el de Gabriela, y una voz que decía: ¿Se casarán? ¡Es cosa arreglada! exclamó alguno.... Parece que.... Y no escuché más. Hablaron tan quedo que no percibí lo que decían. ¡Alguna infamia! Las señoritas Castro Pérez entraron en el templo.

De Cristóbal de Rosas, cuyo nombre se escribe también á veces Rojas, se conserva, entre otros escritos, una dramatización de la novela de Romeo y Julia, la tercera en número después de las de Lope de Vega y Francisco de Rojas. Antonio Enríquez Gómez.