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La función que más se singulariza entre todas es la del Santo Patrón titular del pueblo; para ésta se convidan algunos religiosos de los pueblos inmediatos, para que en las vísperas y misa se vistan de diáconos y asistan otros a los demás ministerios del altar; se encarga con anticipación el sermón que se predica, mitad en guaraní y mitad en castellano, cuya diligencia corre a cargo del cabildo y administrador; pero se comunica antes con el cura, el que también concurre a convidar a los religiosos que han de asistir a la función; y al tiempo que éstos van llegando al pueblo, la víspera del día de la fiesta los reciben a la puerta de la iglesia los curas con repiques de campanas y música, y lo mismo practican con el gobernador y teniente del departamento si concurre, cuya ceremonia sólo puede excusarla de abuso el estar introducida desde el tiempo de los jesuitas, que así lo practicaban con sus curas, y que de no hacerlo así ahora lo extrañarían los indios; lo demás de estas funciones queda ya dicho en otra parte.

El móvil de esto no era simplemente el amor al saber, sino un maligno deseo de tener argumentos con qué apabullar a los curas de la mesa próxima, que sólo por ser curas, aunque sueltos, le eran antipáticos, pues odiaba a la clase entera desde aquella trastada que los sotanas le hicieron en el Norte.

Vaya, vaya, vaaaaya con el señorito Octavio... ¿Y qué vientos corren por la villa, señorito? Nosotros, los curas de aldea, no sabemos nada de lo que pasa en el mundo hasta que llega el día del mercado. Pues lo mismo de siempre, señor cura: nada ocurre de particular. ¿Qué se sabe de la separación del promotor fiscal? No tenía noticias hasta ahora de que...

Después de pensarlo mucho, he determinado que seas cura. Hoy por hoy, hijo mío, los curas son los hombres que en España cuentan con porvenir más halagüeño, máxime si tienen aldabas.

En este barrio levítico de París, con sus hoteles para curas y familias religiosas, sombríos como conventos, y sus almacenes de imaginería piadosa que infestan el globo de santos charolados y risueños, se verificó la gran transformación de Gabriel.

La importación de los nuevos estilos de piedad, como el del Sagrado Corazón, y esas manadas de curas de babero expulsados de Francia, nos han traído una cosa buena, el aseo de los lugares destinados al culto; y una cosa mala, la perversión del gusto en la decoración religiosa.

Un enjambre de mueras y vivas salió tras el primero. ¡Mueran los curas! ¡Muera la tiranía! ¡Viva Cebre y nuestro diputado! ¡Viva la Soberanía Nacional! ¡Muera el marqués de Ulloa! Más enérgico, más intencionado, más claro que los restantes, brotó este grito: ¡Muera el ladrón faucioso Barbacana! Y el vocerío, unánime, repitió: ¡Mueraaaa!

Su fiesta estaba muy concurrida: frailes, empleados, militares, comerciantes, todos sus parroquianos, socios ó padrinos, se encontraban allí; su tienda abastecía á los curas y conventos de todo lo necesario, admitía los vales de todos los empleados, tenía servidores fieles, complacientes y activos.

El médico de Cebre, atrabiliario, magro y disputador; el notario, coloradote y barbudo, osaban decir chistes, referir anécdotas; el sobrino del cura de Boán, estudiante de derecho, muy enamorado de condición, hablaba de mujeres, ponderaba la gracia de las señoritas de Molende y la lozanía de una panadera de Cebre, muy nombrada en el país; los curas al pronto no tomaron parte, y como Julián bajase la vista, algunos comensales, después de observarle de reojo, se hicieron los desentendidos.

Ya que he manifestado a usted del mejor modo que he podido lo que fueron estos indios en tiempo de sus antiguos curas, diré a usted lo que han sido y son hasta el presente, en el nuevo gobierno.