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Al llegar la noche comenzó a pasear, agitadamente, por uno de los corredores. Poco rato después pasó por allí Marroquín que iba al comedor a cenar: el cura le dejó cruzar a su lado sin saludarle; pero cuando estaba a unos cuantos pasos de distancia, le llamó: «Oiga usted una palabra, Sr.

Esperaba por cierto producir un gran efecto; pero con todo, quedé algo confusa ante la fisonomía, verdaderamente extraordinaria del cura. Pero no tardé en continuar imperturbablemente: Amó especialmente a una linda dama a la que dio un ducado. ¡Confesad, señor cura, que era muy bueno, y que hubiera sido muy agradable hallarse en lugar de Ana de Pisseleu!

La verdad es que el pobre Mendoza no era de los más despiertos, pero no se podía negar que estudiaba y trataba de cumplir con su deber, y que solamente por capricho o por algún sentimiento menos digno, el cura se ensañaba con él. Miguel le compadecía de veras: si carecía de inteligencia para aprender y explicar bien las lecciones, la culpa no era suya.

Tenía varios espías, verdaderos esbirros de sotana. El más activo, perspicaz y disimulado, era el segundo organista de la Catedral, que ya había sido delator en el seminario. Entonces iba al paraíso del teatro a sorprender a los aprendices de cura aficionados a Talía o quien fuese. Era un presbítero joven, chato, favorito de la madre del Provisor doña Paula. Se apellidaba Campillo.

Bien sabe Dios lo que nos inquietaban estos síntomas y que ardíamos en deseos de insinuarle lo que Neluco deseaba, ya que no se anticipaba él a insinuarlo; pero ¿de qué serviría la insinuación mientras no tuviéramos a mano al Cura?

Entró, pues, el Cura como la vez primera en aquella noche, sacudiéndose la ropa para «desnevarse»; arrojó el capote sobre lo primero que se le puso por delante, y llevando en la mano un saquillo de color, cerrado con una jareta, se coló, sin detenerse, en el cuarto de mi tío, que sólo parecía vivir para esperarle.

Hicieron arrepentirse á los Luisistas de su sumision, y mucho mas el enviado que volvió del Gobernador, el que se resintió del semblante demasiadamente sèrio con que fué recibido, y á mas de esto, por no haber conseguido se les diesen sus cautivos; y mas que todo, porque la carta de respuesta no se habia remitido á los indios, sino al cura, y esta sobradamente seca é insipida.

«El pasmo provenido de calor también se cura raspando la corteza del arbol Dapdap y después de calentado al fuego se aplica al vientre y á la espalda, para curar la ventosidad y vapor de tierra, debe rasparse la corteza del arbol Manugal y su cocimiento se da de tomar al paciente.

Comprende desde temprano que el sufrimiento y la pobreza son para Dios las más altas dignidades de esta vida; y visita de continuo los hospitales, entra en las covachas de los cholos y los indios, buscando las fiebres, las llagas, la lepra; asila en su oratorio a las ancianas que escarban las basuras de los muladares para buscar el sustento; cura con sus manos a bubosos y cancerosos abandonados por sus parientes.

La culpa era del cochero. Improperios contra el cochero, que era un borracho, y amenazas de despedirle si volvía a caer en descuido semejante. Luego comentarios infinitos sobre el encuentro del barón. ¿Qué hacía aquel bruto a tales horas por la carretera de Sarrió? ¿Quién era el cura que le acompañaba?