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Sumando las horas transcurridas desde el comienzo de la empresa de Pepazos hasta entonces; midiendo el andar que llevaría monte arriba, y deduciendo de ello los ziszás que haría, probablemente, en sus varias intentonas de «ataje» por las laderas, salía la cuenta justa: si Pepazos no estaba en el invernal de «Peñarroja», estaba en la «Cuevona» del «Pedregalón de Escajeras», o se le había zampado el lobo, lo cual no era verosímil habiendo cerca del mozallón bestias de tan sabrosa carne como las que él iba persiguiendo.

Sábelu Dios contestó Pepazos entristecido con la pregunta . Al ayegar yo a esa joyá, tresponierum eyas la otra cumbri como si las yevaran los demontris... y échilas un galgu... Apretaba la ventisca, espesaba la nievi, había muchu que andar hasta Tablanca, tenía cerca esta cuevona, y aquí me acaldé tan guapamenti. ¿Y habrás sido capaz de dormir? le interpeló el médico.

Como había que acomodarse al andar de Chisco, que no era su andar ordinario, la bajada a Tablanca duró bastante más de lo calculado a la salida de la «Cuevona» del «Pedregalón de Escajeras»; y como, así y todo, el mozón de Robacío no era de hierro, llegó a cansarse mucho y a no sentirse bien a medida que avanzaba la noche y el frío arreciaba.

En fin, que no había atadero en aquel hombre... ni mucho tiempo que perder; por lo que se metieron los de afuera en la cuevona, obra bien fácil, porque le llegaba ya la nieve a media vara de la boca; descansaron y comieron todos, poniendo a raya la voracidad de Pepazos, sin lo cual no hubieran alcanzado las provisiones para él solo; y como el cielo iba ennegreciéndose por mala parte, después de un ligero reposo salieron todos de la cueva apercibidos para la marcha, y la emprendieron a buen andar montada abajo.