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-Con todo eso, querría -dijo Sancho- que vuestra merced dijese a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para tengo, con perdón de vuestra merced, que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos, cosas soñadas.

Aislado en su bodega, obligado al silencio por los largos encierros en la cámara oscura, sentía la comezón de hablar cuando se presentaba alguno del escritorio, especialmente Montenegro, que, lo mismo que él, podía tenerse por hijo de la casa. ¿Y tu padre? preguntó a Fermín. Siempre en la viña, ¿eh?... Allí se está mejor que en esta cueva húmeda. De seguro que vivirá más años que yo.

Capítulo XXII. Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha

Aquel que va en aquel coche es el Marqués de Floresdávila, Zúñiga y Cueva, tío del gran Duque de Alburquerque, que hoy está sirviendo con una pica en Flandes, capitán general de Orán, donde fué asombro del África levantando las banderas de su Rey veinte y cinco leguas dentro de la Berbería. Allí va el Conde de Castrollano, napolitano Adonis.

Ábrese el fondo del teatro, y se presenta la cueva, en donde Rustana ejerce su infernal arte: describe en el suelo círculos mágicos, y recita fórmulas de encantamentos para que sucumban los héroes marinos españoles, tan peligrosos para los corsarios africanos, volviéndose de vez en cuando á un mono grande, que le revela los misterios de lo porvenir.

Luego que te acostumbres, nuestra vida errante te hará gozar con los peligros de una hazaña; nuestra cueva te parecerá tan hermosa como un palacio; te creerás un héroe, como nos lo creemos nosotros. Si vale raciocinar de esta manera, no hay criterio en el mundo.

Como si se me hubiese olvidado todo lo que había sufrido hasta los dieciocho años, como si en mi casa me hubieran mimado, prescindiendo de tanto recuerdo amargo y de algunas cicatrices que tengo repartidas por el cuerpo, quise volver al pueblo, ver los lugares donde había crecido, los rincones donde me escondía para llorar, la cueva donde me encerraban, el camaranchón que llamaban mi cuarto, la cuadra, las mulas, la fuente, todo aquello, en una palabra, que debía serme odioso: en fin, comprendo que era una chifladura ridícula, pero hasta quise ver a mi madre, y a mi padrastro, y a la bribona de la niña. ¿Qué pasó por ? como dicen en las comedias, no lo : pero cuando pensaba en ello decía mentalmente mi familia.

Y ¿es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos? Ahora bien, ello dirá. Y en esto, llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, y no sin gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta, y no por castillo, como solía.

El licenciado le dijo que le daría a un primo suyo, famoso estudiante y muy aficionado a leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondría a la boca de la mesma cueva, y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas ansimismo en toda la Mancha, y aun en toda España; y díjole que llevaría con él gustoso entretenimiento, a causa que era mozo que sabía hacer libros para imprimir y para dirigirlos a príncipes.

No puede negársele indubitable talento; pero debemos deplorar, que, así él como La Cueva, empleasen mal sus esclarecidas dotes por falta de gusto artístico, y produjesen poco digno de gran estima. Sus defectos se asemejan mucho á primera vista á los del poeta sevillano, al cual se parece también por las combinaciones métricas de sus piezas.