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El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.

Las órdenes militares se instalaron en Córdoba en el año 1237. Se fundó como convento hospital y oratorio de la regla de S. Benito, y conserva hoy su memoria la cuesta de este nombre; el Orden Teutónico en la calle de la Madera, en la Almedina.

Se detuvo al notar que este jinete minúsculo, como si la hubiese reconocido, se echaba cuesta abajo, galopando hacia ella. Dejó de verlo algún tiempo y luego reapareció, considerablemente agrandado, en el borde de una hondonada próxima. Al convencerse de que era Watson, el primer impulso de ella fué huir.

El ogro estaba cada vez más irritado conforme descendía la ardorosa cuesta, y mientras mascullaba sus palabrotas, animaba con el látigo a los machos, que caminaban desfallecidos, con la cabeza baja, casi rozando el suelo.

eres la elegida. Toma el reloj y entrégaselo. Yo no tengo nada que entregar, puesto que nada es mío responde con acritud la doncella. Pero has sido elegida por el vencedor, niña. Ningún trabajo te cuesta entregarlo. Si me cuesta ó no trabajo no lo sabe usted. Lo que le digo es que no quiero. En vano fué que la instaran muchos de los presentes.

Juan se resistió a satisfacerla, alegando razones diversas. «No me marees, hija... Ya te he dicho que quiero olvidar eso...». Pero el nombre, nene, el nombre nada más. ¿Qué te cuesta abrir la boca un segundo?... No creas que te voy a reñir, tontín.

Una semana ha necesitado Simón..., mejor dicho, he necesitado yo, para que él me ponga al corriente de todas esas cosas en que estoy obligada a entender desde que falta tu padre. ¡Qué despilfarros, hija mía, y qué barullos!... Lo que Simón dice: «aquí no se ha tratado más que de pedirle dinero; grandes sumas, cada vez más grandes, sin pararse a considerar que no siempre lo hay disponible, y que cuando no lo hay así, el adquirido de prisa cuesta muy caro; y de este modo se van eslabonando unas trampas con otras... hasta que se llega al punto a que se ha llegado en esta casa». No vayas a creerte, hija mía, por esto que te digo, que estemos a pique de salir a pedir el pan que hemos de comer mañana; pero lo cierto es que el estado de nuestra fortuna es, relativamente, muy grave; que llegará a serlo mucho más si no se le pone luego el remedio que necesita, y que hay que decidirse a ponérsele, sin la menor tardanza.

Don Francisco de Rojas y Sandoval, no os desea, ni os ha deseado nunca, ni nunca ha pasado de vuestro recibimiento, ni se ha acercado á vos, ni conmovídose delante de vos; os tiene como á su papagayo y á su negro y otras muchas cosas que el buen señor tiene sólo por tener lo que cuesta caro. Pero ¿quién os ha dicho eso? Conozco demasiado á su excelencia.

Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más.

De esta manera emprenderían la marcha hasta la «joyá» adonde había ido Pepazos a recoger las yeguas, y después tomarían el rumbo que más acercado creyeran al que pudo tomar él, corriendo detrás de los fugitivos animales. Por de pronto, ya había la casi seguridad de que el camino le habían llevado uno y otros cuesta arriba.