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¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro: «Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso.

Tiene usted muchísima razón. Lo primero es fijarse en lo que se tiene delante y no andar pensando en musarañas. Y si no, aplique usted el cuento a don Máximo.

Por lo visto no; porque entre los casos de excepción citan «los prebendados de oficio» y traen a cuento no qué disposiciones de los Papas.... , ya ; un Breve de Paulo V y dos o tres de Gregorio XV. ¡Majaderos!

Y truena y retumba la voz de combate, despierta Granada; sus puertas se abren, y el rey con sus nobles y sus estandartes, y moros sin cuento, jinetes é infantes, allá por Elvira rebosan y parten, y cruzan la Vega, y allá adonde arde incendio terrible de mieses y hogares, rugiendo adelantan por sotos y valles.

Allí cuento yo mis aventuras, y las adorno con detalles sacados de mi imaginación; pero las he contado tantas veces, que mi mujer me reprocha un poco burlonamente que las repito demasiado. A veces me preocupa la idea de si alguno de mis hijos tendrá inclinación por ser marino o aventurero.

Es que los reposteros todos son unos. Sin duda Bonelli fue a prevenir a Trouchín y a llevarle el cuento de que yo le debía tres cenas. Es una conspiración contra , un complot... Si bien se mira, no les falta razón, querida; ¿pero yo qué culpa tengo? ¡Ese hombre incapaz, mi maridillo...! Cuanto se diga de él es poco.

Valentina tuvo, en efecto, lástima de él, y le dejó; pero todavía le retorció el pellejo de los brazos unas cuantas veces. A no se me engaña, ¿lo sabes? ¡A no se me engaña! Si vuelvo a saber que has estado con ella, excusas de venir más por aquí. Bueno, te prometo no hablarla más; pero no vayas a hacer caso del primer cuento que te traigan.

Ahora hay que conquistar la blusa, y yo cuento con usted...» Aquel hombre no me daba arriba de dos o tres duros por artículo, y yo le contesté sin gran entusiasmo: «El termómetro le decía marca quince grados bajo cero.

Despedí a Juan y sólo entonces di cuenta de mi plan a Tarlein y Sarto. Este último manifestó su desaprobación desde luego. ¿Por qué no espera usted? me preguntó. Porque puede morir el Rey. Y si no muere puede llegar el día de los esponsales. Sarto se mordió el blanco bigote, y Tarlein, poniéndome la mano sobre el hombro, exclamó: Dice usted bien. ¡Probemos! Con usted cuento, Tarlein le dije.

El cuento tendrá todos los caracteres necesarios para arrebatarlo.