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Repito que nunca me he dado cuenta exacta de aquella situación de espíritu: fue algo parecido a esa tristeza que les da a los gallegos cuando pasan mucho tiempo fuera de su tierra; pero mezclada, aunque yo no deba decirlo, con cierta bondad de alma que me impulsaba a disculpar y perdonar todo el mal recibido. En fin, que me planté en el pueblo.

Es un honor que haya descendido un rey hasta tus plantas. Gracias, gracias. Pero, vamos, cuenta, cuenta, hija mía, con ese graciosísimo pico que Dios te ha dado. Me tienes impaciente. ¿Cómo fue la cosa!... Pues verá usted. ¿Se acuerda de la conversación que tuvimos al otro día de la fiesta que dió usted para presentar en sociedad a sus sobrinas Carmen y Lucía? Hago memoria.

Era el cariño del poderoso por el débil al que protege; un amor paternal que no tenía en cuenta la semejanza de edades ni la diferencia de sexos; una ternura en la que entraba por mucho cierta lástima dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde con que había acariciado sus manos; casi un beso de mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para que se creyese obligado á no abandonarla nunca.

Pero cuenta que el uno es Cástor, y el otro Pólux, es decir, que el uno es mortal y el otro no.

Los dieciocho preciosos documentos, de que el Catálogo da cuenta, contemporáneos de la conquista, y sólo posteriores los más en doce ó catorce años á la muerte de Mahoma, manifiestan la bondad y la moderación de los conquistadores. En cambio, otros documentos de época posterior se pueden aducir, como prueba de la dureza de la dominación muslímica, al menos contra los cristianos.

El impaciente Rafael habló entonces de lo cortas que eran las tardes de Enero y de la necesidad de aprovechar el tiempo. Fermín llamó al criado, que se extrañaba de la parquedad de los dos amigos, invitándoles a pedir más cosas. ¡Todo estaba pagado! ¡Don Luis tenía cuenta abierta!... Al salir Rafael, marchó directamente a la calle, temiendo que el amo le viese con los ojos enrojecidos.

Se cuenta que fueron muchos aventureros con los yelmos puestos, y justaban rompiendo en varias piezas las varas, y que encubiertos se presentaron tambien los hijos del Rey armados de torneo, y con ellos siete ú ocho mas que entraron en las telas, que estaban debajo del punto del adarve que ocupaban sus padres.

García refunfuñaba: ¡La bahía!... A nunca se me ha alcanzado con qué derecho puede tener bahía un pueblo como el de Vigo... Yo había leído este diálogo, que acabo de traducir casi literalmente, en La Biblia en España, de Jorge Borrow, que así se llamaba aquel inglés estrafalario, hoy una de las glorias más puras con que cuenta la literatura inglesa.

Por cierto que él no se da cuenta á mismo de esta fórmula, es decir que no hace acto reflejo sobre ella: pero en la realidad la tiene, y la prueba es, que en ofreciéndose el caso, la aplica instantáneamente.

Ahora se daba exacta cuenta de su amor, que en aquella época no hallaba tiempo ni ocasión para exteriorizarse en la intimidad de la vida doméstica. ¡Ah! ¡cuando descansase se decía entonces cuando viera asegurada su fortuna, qué feliz sería con aquella mujer, digna compañera de su opulencia, que parecía reinar sobre la gente más encopetada de Bilbao!... Pero llegó el ansiado descanso, y al buscar á su mujer, en vano se esforzó por encontrarla.