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El Universo entero es nuestro deudor; nosotros le proveemos de ideas desde hace trescientos o cuatrocientos años, y no nos ha dado nada en cambio. ¡Cuando pienso que ni siquiera tenemos las islas Jónicas! Ya las han tenido, capitán, y no han querido conservarlas. ¡Ah! ¡si yo tuviese mis dos piernas! ¿Qué haría usted, capitán? preguntó la señora de Villanera. ¿Qué haría, señora?

Todo el edificio comprende un espacio de ciento trece metros de longitud, ochenta y cinco de latitud, y ochenta y tres de altura. La linterna circular, rodeada de doce columnas, que corona elegantemente todo el edificio, estará a una altura de ciento cuarenta á ciento cincuenta metros. Para ir desde la planta baja á lo alto de la cúpula, hay que subir cuatrocientos setenta y cinco escalones.

Los cuatrocientos escudos llevamos; las mulas pensamos vender. Nuestra hidalga intención y el largo camino es bastante disculpa de nuestro yerro, aunque nadie le juzgará por tal, si no es cobarde. Nuestra partida es ahora; la vuelta será cuando Dios fuere servido, el cual guarde a vuesa merced como puede y estos sus menores discípulos deseamos.

Los más antiguos son de fines del primer siglo de dicha Era, esto es, cuando ya la dominación helénica y su cultura y sus letras prevalecían en Egipto hacía cuatrocientos años. Desde el de 83 hasta el de 735 ó dígase mucho después de la conquista de Egipto por los árabes, que tuvo lugar en 642, hay papiros griegos en la colección del Archiduque.

El registro dice que hay que descender hasta el punto detrás del cual un hombre puede defenderse de cuatrocientos exclamó Reginaldo, leyendo una copia del original que sacó del bolsillo. Esto parece indicar que la entrada está en alguna estrecha grieta entre dos rocas. ¿No ves algo parecido?

10 Este Efrón habitaba entre los hijos de Het; y respondió Efrón heteo a Abraham, en oídos de los hijos de Het, de todos los que entraban por la puerta de su ciudad, diciendo: 12 Y Abraham se inclinó delante del pueblo de la tierra. 14 Y respondió Efrón a Abraham, diciéndole: 15 Señor mío, escúchame: la tierra vale cuatrocientos siclos de plata; ¿qué es esto entre y ti?

El emperador Chung trepó á esa cima hace cuatrocientos treinta años, según lo recuerdan los anales clásicos del país. Confucio también quiso subir, pero la pendiente es muy áspera; el filósofo no pudo con ella, y todavía se enseña el sitio en que emprendió la bajada á la llanura.

En resolución, dándome cuatrocientos escudos de oro y abrazando a mi mujer con tiernas lágrimas, se partió, dejándonos admirados de su discreción, valor, hermosura y recato. Costanza se crió en el aldea dos años y luego la truje conmigo, y siempre la he traído en hábito de labradora, como su madre me lo dejó mandado.

Entró sacudiéndose el mantón, calado de agua. «¡Jo... sús, qué tiempo! Llueven capuchinos de bronce. Pero ¿no ha venido usted en coche? ¿Por quién me tomas, tonta? La peseta del coche es para , por el mandado. Tengo más salud que el Botánico, hija, y ando más que un molino de viento... Conque toma... Cuatrocientos y cuatrocientos son ochocientos... Nueve duros en plata... Falta un duro.

Llegó á haber en la mezquita en tiempo de Almanzor doscientos ochenta candelabros de bronce, sin contar los que pendian en las puertas, ascendiendo segun unos á siete mil cuatrocientos veinticinco, y segun otros á diez mil ochocientos cinco el número total de mecheros que ardian en el templo. Todos los candelabros eran de bronce, de distintas hechuras, á escepcion de tres que eran de plata.