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Rodeaba el convento por delante el patio grande, de que ya hemos hablado, y en él, a izquierda y derecha de la puerta de entrada, había cuartos pequeños de un solo piso, para alojar a los jornaleros, cuando los religiosos cultivaban sus tierras: allí habitaba en la época en que pasa nuestra historia, el guarda Manuel Alerza con su familia.

Caballeros y niñas vienen ya del brazo, de las habitaciones interiores. Carruajes y caballos se detienen a la puerta del fondo, de la que por un corredor alfombrado, con grabados sencillos adornadas las paredes, se va a la vez a los cuartos interiores que abren a un lado y a otro, y a la sala.

Ahora la familia estaba en sus comienzos, por ser los padres todavía jóvenes, y se limitaba á ocupar cuatro camarotes en los buques y cinco cuartos con salón común en los hoteles. Diez años más de vida y de prosperidad en los negocios, y la caravana familiar, al hacer otro viaje á Europa, arrendaría todo un costado del paquebote y un piso entero en los «Palaces».

Don Álvaro agradecía «la delicadeza» de sus cómplices y callaba también, tranquilo y satisfecho. A fines del mes comenzó la dispersión general; todos los que tenían cuatro cuartos, y muchos que no los tenían, dejaron la capital y buscaron la frescura de la playa.

ANISADO. Para hacer cuatro litros de anisado, se disuelve bien un kilo de azúcar granulado en un litro y tres cuartos de agua. Se echa aparte media copa de esencia en un poco de alcohol, y mezclado en dos litros de alcohol, se echa en el agua y azúcar antes preparada. Se agregan dos copas de alcoholato de naranja.

Acabó Diciembre, nos dijo adiós, y se fué, casi sin ser visto, mientras la gente corría hacia los templos a dar gracias, a pedir mercedes para el año nuevo, o se entretenía, alegre y divertida, jugándose los cuartos en polacas y loterías. Desde la noche de Navidad no fuí a la Plaza.

La casa era como la de todos los paisanos, aun los mejor acomodados, pobre y fea: en el piso bajo estaba la cocina, con pavimento de piedra y escaño de madera ahumada: arriba había una salita con dos cuartos: en uno dormían Rosa y Ángela; en el otro, su padre; abajo, en un cuartucho, Rafael y el criado.

A los dos días, vendió sus cuatro trastos y con los cuartos que pudo juntar plantose en Barcelona. Había hecho juramento de no volver a tratar con animales. Libertad, libertad y libertad era lo que le pedían el cuerpo y el alma. La verdad ante todo. ¿Para qué decir una cosa por otra?

Si no había criado, ella lo hacía, y arreglaba los cuartos y tendía la mesa; una vez, se despidió a la cocinera, y como el servicio anda así, como Dios quiere, Susana tuvo que ir a la cocina y preparó un almuerzo que daba gloria. ¡Esta Susanita decía el padre, es tan buena! si ella faltara, no qué sería de la casa.

Nadie estiró la mano para recoger los imprezo, y él fue depositando suavemente en los regazos de las muchachas el alijo. El inglés tripudo observaba el reparto con su fulgurante monóculo. Oyes , Bárbara, ¿este no es el que puso la capilla en la cuadra? El mismo... es el que berrea allí por las tardes. ¿El que le dio los cuartos a la Píntiga? , mujer. Y este, ¿no dice que fue cura?