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Me ha parecido humilde, de un carácter apocado, de esas que son fáciles de dominar por quien pueda y sepa hacerlo». Hablando luego de que la metían en las Micaelas, todas las presentes elogiaron esta resolución, y doña Lupe se encastilló más en su vanidad, diciendo que había sido idea suya y condición que puso para transigir, que después de una larga cuarentena religiosa podía ser admitida en la familia, pues las cosas no se podían llevar a punto de lanza, y eso de tronar con Maximiliano y cerrarle la puerta, muy pronto se dice; pero hacerlo ya es otra cosa.

El 29 de marzo pasaba yo por delante de los tres fuertes de la Cuarentena, que dominan la entrada de la rada, á bordo del vapor Madrid, con direccion á Barcelona, como punto de partida en mi peregrinacion por la península española.

Sita, sola, se sienta en un rincón y mira en torno suyo. No conoce a nadie; una enfermera pasa y ve a esta joven, que parece estar en cuarentena. Como es una persona caritativa, se acerca y dirige la palabra a Sita. LA ENFERMERA. ¿Espera usted a alguien, señorita...? SITA. ¡...! Es decir... ¡no...! Vine con la señorita Vera. LA ENFERMERA. ¡Ah...! ¡Comprendido...! ¡Usted es la nueva...!

Porque es necesario saber que en Lisboa la cuarentena se impone durante los primeros nueve meses del año y se abre el puerto en los últimos tres, haya o no epidemias en los puntos de donde vinieron los buques que arriban a esa rada hospitalaria. Esta suspensión de hostilidades tiene por objeto sacar a licitación la empresa del lazareto, fuente principal de las rentas de Portugal. ¿Estamos?

LEA. ¿Una juventud...? ¿Con la señora Gimblon, que tiene ya la cuarentena...? ¡Hasta le llaman «la Fiebre amarilla»...! LA SE

El único fastidio, acaso, que para ha tenido esto, es recordar punto por punto lo que ha pasado. Confío en que mañana de noche concluya, con la cuarentena, esta historia, que mantiene fijos en los ojos de mi mujer y de mi madre, como si buscaran en mi expresión el primer indicio de enfermedad. #Marzo 10 # ¡Por fin!

Consecuencia saludable de estas novedades, fue fomentar en Campo Rodrigo costumbres más rígidas de aseo personal; además, Edmundo impuso una especie de cuarentena a aquellos que aspiraban al honor de tener en brazos a La Suerte.

Y mientras tocaba la música arriba y bailaba la gente, nosotros metiendo a los muertos en cajones, echándolos al mar y conservando a las familias en los sollados para que no escandalizaran con sus gritos. Cuando llegamos al término del viaje, la mayor parte de los pasajeros de primera ignoraban lo ocurrido, y protestaron al ver que los sometían a cuarentena.

Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia.

Feliz entre todos los mortales se creía el buen estudiante de Farmacia, viendo que su querida no rechazaba la idea de dar por concluida la cuarentena y apresurar el casamiento. Sin duda estaba ya su alma más limpia que una patena. Lo malo era que el tontaina de Nicolás, a los cinco meses de estar la pobre chica en el convento, decía que no era bastante y que por lo menos debían esperar al año.