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Hago presente á V. S. que por ellas derramó nuestro Redentor Jesucristo su preciosa sangre, y por ella y su divino respeto vuelvo á suplicar á V. S. en descargo de mi conciencia, y so pena del cargo que se nos ha de hacer en el tribunal de Dios nuestro señor, de tan irreparable pérdida, se sirva de suspender la guerra que se previene hasta dar parte al Rey nuestro señor, á cuyo supremo tribunal apelo en nombre de estos pobres desvalidos, protestando violencia y fuerza en cualquier disposición que sea en perjuicio de sus almas, pues lo que el Rey nuestro señor nos tiene mandado, es que se entreguen los pueblos con paz, y esto mismo me tiene ordenado mi R. P. General; y habiendo hasta el presente concurrido á esta debida obediencia y estando también prontos para continuarla hasta derramar nuestra sangre y perder la vida en prueba de nuestra lealtad, debo recordar á V. S. que el Rey nuestro señor no manda, ni podemos presumir mande concurramos á que con detrimento de la gloria de Dios y contra el católico y fidelísimo ánimo de ambas Coronas, se expongan al peligro de subersión 100.000 almas, cuya cristiandad es la más florida de las Indias, y por este único motivo, cuando en lo demás prontísimo para obedecer á V. S. con toda esta provincia en lo que no se opusiera al servicio de Dios nuestro señor.

En la parte baja del jardín una espaciosa avenida rectilínea, bordeada de arrayanes entrelazados, parecía por su grandioso estilo ser el resto de un parque de cualquier antiguo castillo, y un camino público, profundamente encajonado, corría por de fuera.

Yo afirmo que a usted le sientan bien todos los colores del iris; mejor dicho: no es que este o el otro color hagan valer más o menos su belleza; es que su belleza tiene bastante poder para dar realce a cualquier color que se le aplique. Gracias... ¡Qué bien dicho!

Tomemos, pues, menos por lo serio las Odas de D. Eduardo Marquina para dejarle en paz con los poderes celestiales y prevenir cualquier milagro que le perjudique. Con tal limitación bien puede afirmarse que las Odas tienen algo a modo del Prometeo encadenado, de Esquilo, y algo también, sin que las aceptemos como profecías, de las visiones de Ezequiel y del Apocalipsis del Aguila de Patmos.

Confesaba que Gloria tenía un corazón honrado, era una mujer sin dobleces y que me amaba de todas veras; pero... su carácter ligero seguía inspirándome algún temor. «Hoy me quiere; convenido me decía . Sería capaz de hacer por mi amor cualquier sacrificio.

Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que consiste en el ser virtuosa.

Sentía un terror espantoso de pesadilla al pensar que cualquier movimiento podía hacerme caer. No me atrevía a levantarme y a ver la extensión de roca con que contaba; me parecía que con sólo un paso me faltaría el terreno o que la peña donde descansaba estaría en una pendiente tan grande que con moverme un paso podría caerme.

Ya no podía ser para ella más que un simple amigo como cualquier otro hombre; todos los pensamientos de amor estaban excluidos, toda esperanza de felicidad abandonada. Jamás la había yo pretendido por su fortuna, eso puedo confesarlo honradamente.

Y si a la hora del te, en que pasan los negros con las bandejas repletas de tazas, venía el jefe, como de costumbre, a liar un cigarro y echar un párrafo, le daría cualquier excusa, porque él era hombre tan estricto en el cumplimiento de sus deberes, que consideraba falta grave haberle dicho que iría y no haber ido.