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Frígilis, si veía a su querida Ana detrás de los cristales, la saludaba con una sonrisa y volvía a inclinarse sobre la tierra; aplastaba un caracol, cortaba un vástago importuno, afirmaba un rodrigón y seguía adelante, arrastrando los zapatos blancos sobre la arena húmeda de los senderos.... Y Ana veía desaparecer entre las ramas aquel sombrero redondo, flexible, siempre gris, aquel tapabocas de cuadros de pana eternamente colgado al cuello, aquella cazadora parda y aquellos pantalones ni anchos ni estrechos, ni nuevos ni viejos, de ramitos borrosos de lana verde y roja alternando sobre fondo negro.

Juanito las dejó a la puerta de Las Tres Rosas, para ir en busca de su novia, y ellas, al subir a las habitaciones de los señores de Cuadros, encontráronse con una tertulia formada por todos los amigos de la casa: familias de bolsistas y comerciantes retirados, que imitaban torpemente los ademanes y gestos que habían podido copiar por las tardes en la Alameda, paseando en sus carruajes por entre los de la antigua aristocracia.

Se cavó, se removió toda su tierra; se pusieron en buen orden las plantas enfermizas que encerraba, y se trazó un regular pedazo de jardín, que se plantaría debidamente cuando fuera tiempo de ello, lo mismo que los cuadros destinados a frutales y hortalizas.

No se sabe qué apreciar mas entre tantos cuadros de Rafael, Parmesiano, Reni, Murillo, Ribera, Cano, etc., tantas preciosas tapicerías flamencas pintadas por David Teniers, ó por Goya, nacionales; tantos tesoros de ebanistería; tantas riquezas en frescos superiores y prodigios de todas clases.

Los más rudos y guerreadores, el armazón, la montaña de piedra y el bosque de madera que formaban su osamenta; los más cultos, elevados a la sede en época de refinamiento, las verjas de menuda labor, las portadas de pétreo encaje, los cuadros, las joyas que convertían en tesoro su sacristía. La gestación de la giganta había durado cerca de tres siglos.

Dos sillones, puestos el uno junto al otro, estaban delante de la mesa; una hilera de sillones dorados alrededor del salón junto á los tapices, y espejos y cuadros cubriéndolos á éstos. Ultimamente, delante de la mesa había un brasero de plata con fuego.

Era el deán relativamente ilustrado, leía mucho, tenía fama de entender en cuadros antiguos, y sabía dar a sus sermones cierto tinte artístico que contrastaba con la austera sequedad de otros oradores sagrados. Claro está que con tales antecedentes fue el alma de la restauración.

Ese museo hace honor á España y merece bien la codicia con que lo miran los artistas extranjeros. El vasto edificio, construido ad hoc, contiene en sus numerosos salones cerca de 2,000 cuadros pertenecientes á todas las escuelas de pintura, entre los cuales no sería dificil contar centenares de obras maestras ó de gran mérito.

Desde lejos se veía en el palco una agrupación de cabezas, entre las cuales se destacaba la negra cabellera melodramática del disputador y sus quevedos de oro, y la barba nívea del Patriarca, resplandeciente al sol como la de Jehová en los cuadros bíblicos. Estaban Baltasar y Borrén apoyados en un lienzo de parapeto, de pie sobre un sillar de piedra, lo cual les permitía ver cuanto ocurriese.

El señor López ofreció su faetón a «las magistradas ». Irían todos apretados, pero esto entraba en la fiesta. En cuanto al señor Cuadros, sacó de la cuadra del hotel su carruajillo, del que estaba orgulloso, y amontonó en él la esposa, el hijo y las dos criadas. ¡Buenas noches...! ¡Hasta mañana...! ¡Descansar...! ¡Arre, valiente!