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Nada se os por eso, dijo Cervantes, y dejad a cada cual que allá vaya adonde le parezca bien ir, y haced vos lo que os he dicho, que así conviene que sea. Y sin más, quedaos con Dios y hasta la vista, que no será sino para premiaros largamente por lo bien que nos habréis servido.

Algunas tardes iba a la Sacramental de San Martín, un cementerio hermoso y apacible como un vergel, que estaba cerrado hacía algunos años, pero en el cual se había reservado su protectora un nicho al lado del de su esposo. El era el único que visitaba la tumba.

Los propietarios le respetaban y decían de él ahuecando la voz y con asombro que «conocía sesenta y cuatro castas de peras». Á pesar de esta afición agrícola, D. Primitivo era un animal carnívoro, esto es, se alimentaba casi exclusivamente de carne, lo cual, al decir del médico de Vegalora, introducía en su organismo un exceso de fibrina que ocasionaba las herpes de que estaba plagado y le exponía á una congestión cerebral, y que no se anduviera en fiestas, porque tenía la espada de Damocles suspendida sobre su cabeza.

Aquella tarde representábase una comedia de Andrés de Claramonte titulada San Onofre ó el rey de los desiertos, la cual había obtenido gran éxito y era muy celebrada por todos.

Efectivamente, unos segundos después, oyéronse los pasos de alguien que subía la escalera, abriose la puerta y apareció Amaury. A pesar de estar advertida, Antoñita no pudo reprimir un grito que pareció despertar al doctor de su letargo y de su postración. ¡Amaury! exclamó Antoñita. ¡Amaury! dijo tranquilamente el doctor, cual si se hubiese separado la víspera de su pupilo.

Saben al dedillo las vidas ajenas, y cuando se les ocurre algún chiste relativo á SS. MM., preferirían, á no soltarlo, que las ahorcasen en el cuarto de hora siguiente. »Puede asegurarse que en Madrid se tributa á las actrices un verdadero culto. No hay una siquiera, que no mantenga relaciones con algún señorón, y por la cual no diesen su existencia muchos hombres.

En la noche solitaria purifican con sus rayos y mi corazón abrasan y me prosterno ante ellos con adoración extática; y en el día no se ocultan cual se ocultó mi esperanza; por todas partes me siguen mirándome fijamente en mi espíritu clavadas... ¡Misteriosas y lejanas me persiguen tus miradas como dos estrellas fijas, como dos estrellas tristes, como dos estrellas blancas!

La brisa de la noche entre sus hojas Hace brotar suspiros de dolor, Cual de tus labios ecos misteriosos El delirante beso del amor. La selva umbría que lo guarda en torno Impide ver sus ondas de cristal, Cual del pudor el velo misterioso Sombrea tu semblante sin igual.

Ciñen la enramada de una red, dentro de la cual no entran otros que el Mapono y los más cercanos parientes del muerto.

Ahora conviene decir que la ausencia de la señá Benina y del ciego Almudena no era casual aquel día, por lo cual allá van las explicaciones de un suceso que merece mención en esta verídica historia.