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Quiso éste acompañarla hasta su casa: la prendera no lo consintió. Pero cuando se estaban despidiendo cruzó como un huracán a su lado don Laureano Romadonga. ¿Qué le pasa a ese hombre? preguntó la seña Rafaela. No ; va muy pálido. Nunca le he visto de ese modo.

Por la mente de Amaury cruzó una idea espantosa y cayendo a los pies de Magdalena rodeóle la cintura con su brazo, le arrancó el pañuelo de la boca y examinándolo pudo observar en medio de la semioscuridad que tenía algunas manchas de sangre.

¡Pues qué es usted.... Dios mío! Y Lucía cruzó acongojada las manos. Lo que el Padre Urtazu llamaría... un incrédulo. ¡Ah! gritó ella con ímpetu . El Padre Urtazu diría que son unos malvados los incrédulos todos. Pudiera añadir el Padre Urtazu que todavía son más infelices. Es verdad replicó Lucía trémula aún, como arbusto sacudido por el cierzo . Es verdad: todavía más infelices.

Una sospecha cruzó por la imaginación de Ana; unos celos grotescos, tal los reputó, se le aparecieron casi como una forma de la tentación que la perseguía. «¿Si aquel hombre sería amante de su criada?». «¡Anselmo! ¡Anselmoañadió don Víctor en el mismo tono suave y familiar.

No apuesto nada: para esa hazaña y otras menores yo que eres capaz. Pintóse un furor rabioso en el rostro de Velázquez al escuchar estas palabras insolentes; alzó el bastón que llevaba en la mano y cruzó con él las espaldas de su querida, que estaba ya medio vuelta para irse. Y hubiera seguido golpeándola si los concurrentes no se hubieran apresurado á interponerse.

Precisamente el pobre Sr. Rufete está sufriendo ahora una crisis bastante peligrosa». La del ruso cruzó las manos, y miró al techo. «El señor facultativo está haciendo ahora la visita... Le hablaremos, veremos lo que dice. Si él consiente... Pero no lo consentirá. No conviene que usted vea a su señor padre ahora. Más tarde... Siéntese usted, tranquilícese.

¿Qué son hoy, pues, para aquellas tierras que cruzó mi cuerpo, en tanto que mi alma viajaba por otra parte, quizás por la Alcarria, quizás por Andalucía? ¡Lo que la vida es para una vieja; lo que nuestras luchas políticas ó controversias filosóficas son, verbigracia, para los pastores de la Sierra de Gredos; lo que debió de ser, por ejemplo, para mis amigas las monjas de Ocaña la muerte de lord Byron!..... ¡Maldita la cosa!

Añadía que su hijo la había llevado a enterrar a Bretaña, al mismo castillote de Hotidan, en que, trascurriera su niñez. Miranda estaba delante cuando se leyó, este párrafo, y hubo de notar la ojeada rápida que se cruzó entre Pilar y Lucía, y la palidez repentina de su mujer. Salió Lucía aquella tarde, y se fue a San Luis, donde pasaría como media hora.

Mentalmente y como por máquina repetía estas tres voces, que para ella habían perdido todo significado; las repetía como si fueran de un idioma desconocido. Después, saliendo de no sabía qué pozo negro su pensamiento, atendió a lo que leía. Dejó el libro sobre el tocador y cruzó las manos sobre las rodillas.

Aquel cadáver solitario de un hombre muerto por la patria no había encontrado todavía ni un pariente, ni un amigo, ni un camarada que se cuidase de él. No era D. Diego. La Condesa, después de examinarlo, alzó los ojos al cielo, cruzó las manos y rezó en voz alta el Padrenuestro, a cuya oración contestamos todos muy devotamente con El pan nuestro...