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El Sungay, con sus innumerables precipicios, sus estrechas cortadas revestidas de musgos y helechos, su vegetación virgen, los panoramas que se admiran desde sus pintorescas mesetas, el rumor de arroyos y cascadas que lo salpican, los indescriptibles y misteriosos ruidos que produce el bosque en la hoja que oscila, el ave que cruza, el agua que gime, la guija que rueda, el insecto que zumba y los miles de millones de seres que componen el impenetrable mundo de lo infinitamente pequeño, con sus cantos, su lenguaje y su idioma, tan impenetrable como lo son los profundos misterios de los océanos de luz donde giran las creaciones de lo infinitamente grande, compendian uno de los sitios más bellísimos de la perla del Oriente.

Pues es el camino real. ¿Veis otra rayita que cruza la vega por este lado de la izquierda, en dirección a los mismos dos cerros en que se pierde el camino? Pues es la senda que une a Villavieja con él.

La gran calle de Rivoli, que tiene una prodigiosa extension, y que dará la vuelta á la ciudad, es la mas majestuosa y soberbia via que puede hallarse despues del Boulevard. Este, que cruza el corazon de Paris, largo de una legua, es lo que no puede describirse, es lo que se necesita ver.

Impresionado cruza las manos y pregunta: ¿Quién ha hecho esto? Ella pasea su mirada por el contorno y guarda silencio. ¿Usted? pregunta el militar sorprendido. He contribuido un poco responde la joven modestamente. ¿Pero es usted la que ha tomado la iniciativa? Ella sonríe. Esta sonrisa le da más años, esparce sobre su rostro de niña la gracia de la mujer.

Bien debe saber el lector de por acá, que de ninguno de estos pormenores puede prescindir un mayorazgo del corte de nuestro Seturas, si no se cruza en su vida algún incidente extraordinario, como se cruzó en la de don Silvestre años después de su advenimiento al mayorazgo.

Project Gutenberg's El tesoro misterioso, by William Tufnell Le Queux Author: William Tufnell Le Queux Language: Spanish Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net I. El desconocido de Manchester II. Donde aparecen ciertos hechos misteriosos III. En el que se refiere una historia extraña IV. En el que se cruza por un terreno peligroso

Ora cruza el visitante esas salas-mosáicos, encantadoras, que pertenecen al afeminado pero poético estilo oriental ó morisco, con sus techumbres cuajadas de filigranas, sus mil colores pintorescos, sus caprichos de inspiración, su regularidad de ejecucion, su voluptuoso refinamiento de combinaciones.

Y, sumiso, cierro los ojos... Veo soles, ruedas verdes y haces de fuego, sin parar un momento... eso tiene por causa la agitación de la sangre, señores... Y, de tiempo en tiempo, una idea, como un relámpago, cruza por mi mente: «Hanckel, te estás poniendo en ridículo». Todo está tan callado, que oigo a los escarabajos que trepan a lo largo de las hojas... Hasta la respiración de ella ha cesado.

Y si pones en duda mi palabra, que es palabra más que de rey, ¡ya quisiera Su Majestad...!, te reto en singular combate. Y se pone en pie, empuñando la botella por el cuello. Por la frente dramática de Apolonio cruza un negro pensamiento. Ahí está Belarmino, desmedrado e inerme, a su merced. Un botellazo en la cabeza, y asunto concluído. Que luego le procesarían, ¿y qué?

Dicen que los peones de las salinas se están moviendo... Pasemos. ¿Quién es ese hombre que cruza el Altozano, apurado, mirando eternamente el reloj, con el sombrero alto a la nuca, delgado, moreno, con unos ojos brillantes como carbunclos, saludando a todo el mundo y por todos saludado con cariño?