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Más abajo: Vestidos para hombres. Más abajo: Precio fijo. Más abajo: Al palacio de cristal. Más abajo, sobre cristales: Precio fijo. Más abajo: Vestidos para hombres. Esto se ve estando situado el espectador en lo interior de la Plaza de la Bolsa. Ahora situémonos en la calle Vivienne, y descubrirémos; arriba: Precio fijo. Más abajo: Al palacio de cristal. Más abajo: Vestidos para hombres.

Gran escalinata de mármol, montera de pizarra a lo Luis XIV, lunas enormes de cristal en los balcones, todo el arreo, en fin, de que ahora hacen gala los hombres opulentos cuando fabrican una mansión para su regalo. Las cuadras y las cocheras, también suntuosas, cerraban el patio por la izquierda.

Una gran araña flamante, de vientre redondeado y delgadas patas, se agarraba implacablemente al centro del techo sin respeto alguno para la asamblea de los dioses. Dos aparadores esculpidos por Knecht brillaban a la luz con su profusión de cristal, loza y plata. El servicio de mesa correspondía a tanta suntuosidad; los platos eran chinos, las botellas de Bohemia y los vasos de Venecia.

Doña Manuela y Leocadia no entendían bien todo aquello: don José, ya inquieto, golpeaba una copa con el recazo del cuchillo, cual si quisiera que el timbre del cristal ahogara las frases de sus hijos. Pepe no quiso contestar lo que se le ocurrió en respuesta a las últimas palabras de su hermano.

Ramoncito, entregado también a sus melancolías, limpiaba con el pañuelo el cristal de la ventanilla para sumergir la mirada en las calles solitarias y en el cielo poblado de estrellas. Cuando llegaron a Fornos vieron el coche de la Amparo, en espera. Llegamos un poco tarde. Nos va a sacar los ojos esa tía dijo Castro apresurándose a entrar.

Las patas de las sillas, nada firmes, se enredaban entre los descosidos de la pleita a listas blancas y encarnadas; al aparador, huérfano de molduras, que arrancó el paño de la limpieza, le faltaban tiras del chapeado de caoba; los pocos enseres que sustentaban las tablas, eran platos ordinarios, vasos de vidrio, tazas de loza, floreros de cristal, comprados en banasta de a real y medio la pieza.

Cuando el tren rompió a andar, pasaron unas chispas, rápidas como exhalaciones, ante el cristal en que apoyaba su rostro el recién llegado. Al cual no dejó de parecer extraña y desusada cosa así que, cesando de contemplar las tinieblas, convirtió la vista al interior del departamento el que aquella mujer, que tan a su sabor dormía, se hubiese metido allí en vez de irse a un reservado de señoras.

A la entrada de la verja, sobre sendas columnas de mármol gris, dos niños de bronce alzaban sus bracitos gordezuelos para sostener una bomba de cristal mate, que protegía un mechero de gas.

A través del cristal vimos la corpulenta y recia momia del nieto de los Reyes Católicos, de la cabeza á los pies, completamente desnuda, perfectamente conservada, un poco enjuta, es cierto, pero acusando todas las formas, de tal manera que, aun sin saber que eran los despojos mortales de Carlos V, hubiéralos reconocido cualquiera que hubiese visto los retratos que de él hicieron Ticiano y Pantoja.

El ruido del aire que no se percibía abajo, aumentaba a medida que subíamos, rugía como un trueno en la escalera espiral y hacía temblar encima de nosotros las paredes de cristal de la linterna.