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Y esto no lo creo por capricho, sino después de haber estudiado y meditado el asunto largamente, después de haber seguido paso a paso con cuidado la historia de las religiones más importantes. Si hubiera de elegir alguna entre ellas, no sería ciertamente el cristianismo, que es una de las más tristes e insensatas. Me sucede lo que a Goethe: la cruz me crispa los nervios.

Porque, no lo olvide, señor Fabrice, y ahora más que nunca habla a usted su leal amiga, no olvide que en nuestras largas sucesiones y selecciones de familia, no es únicamente la sangre la que se refina, como le decía hace un momento... es también la educación, el gusto, el tacto social... todos los sentidos, en fin, todas las facultades... De ahí esa superior distinción que le encanta en la señorita de Sardonne y que será para usted, por cierto, un grande encanto y un grande peligro... porque una complexión tan perfecta y tan exquisita, por decirlo así, se siente herida por una nada, se rebela por sólo un detalle... Créame, señor Fabrice, preste suma atención a estas nimiedades... Hay matices que parecen insignificantes, matices en los cuales usted ni siquiera se fija y que pueden parecer verdaderas monstruosidades a la señorita de Sardonne... Vaya un ejemplo... una bagatela... Usted me llama, a todo propósito, cuando me habla, señora baronesa... pues bien, esté seguro que esto crispa, los nervios de su futura esposa... porque es completamente incorrecto emplear esas dos denominaciones... o señora simplemente, o baronesa a secas... señora baronesa queda reservado o para el teatro o para la cocina... Y como ésta, mi buen señor, hay una infinidad de pequeñeces que pueden ser verdaderos escollos en su hogar de ustedes y acerca de los cuales le pondría en guardia si no temiera fatigarle.

A papá tenemos que ponérselas sin ninguna clase de encaje, porque el tacto del almidón le crispa los nervios y el ruido que produce le despierta. Es una manía.

Que Calderón era un gran poeta; Y que yo soy lo que quieran mis lectores que sea. Esto escribía yo una noche que no tenía sueño. Eran las tres. Estaba en calzoncillos blancos y tenía frío. No tenía un cuarto y estaba desesperado. Un viejo reloj de pared me dejaba oír un monótono tic-tac. El ruido de un péndulo cuando se está en cierta disposición de ánimo, es un ruido que crispa los nervios.

Si vivieran convencidas de que en este mundo todo es temporal y finito, comprenderían que el amor no puede sustraerse a esa ley y estarían de antemano resignadas a todo lo que pueda sobrevenirlas. Por mi parte, tengo horror instintivo a la eternidad. La palabra siempre me crispa los nervios. ¡Oh, qué malvado! dijo riendo Carlota.

Rocchio, el cuello estirado, los ojos febriles, mira las volteretas del metal y su corazón le hace ¡pum! ¡pum! allá dentro; su mano ancha y peluda se crispa sobre la mesa. Como un toro herido, resuella ruidosamente y echa pestes en su lengua contra el oro y los agiotistas que, entre las bambalinas, tiran de la cuerda de aquel títere y le hacen bailar al son del organillo de sus conveniencias.

El deseo y la esperanza, las tristezas de la separación y el dolor de la muerte, todo esto se adivina en los sonidos que se escapan de sus labios. El rostro de Gertrudis se crispa como para contener las lágrimas; pero sus ojos brillan.

Rió forzadamente, dirigiendo una mirada inquieta a Calderón. Si insistía, aquella pánfila era capaz de repetir en voz alta la atrevida frase que acababa de decirle. Por supuesto siguió Pepa que yo me meto lo menos posible en sus reyertas. Ni voy apenas por su casa. ¡Uf! ¡Me crispa el hacer el papel de suegra!