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Había creído yo que en cierto modo iba a ser un estorbo para la feliz existencia que pensábamos pasar; que los sentimientos más íntimos no debían ser manifestados entre testigos y por lo tanto, juzgaba muy conveniente que ella no viniese con nosotros. »Pero tampoco podía yo dejar aquí sola a la pobre criatura.

No sabemos... Es un expósito. ¡Mire usted, por Dios, qué hermoso, es Amalia! La señora le contempló un instante con marcada frialdad y dijo: Acaso alguna pobre lo habrá dejado para recogerlo enseguida. No, no; hemos registrado el portal. La calle está desierta... La criatura a todo esto empezaba a chillar, agitando con incierto movimiento sus puños crispados, que parecían dos botones de rosa.

Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo: -Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, de hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.

Ahora alegrarse, don Pedro dijo el médico . Lo peor está pasado. Se ha conseguido lo que usted tanto deseaba.... ¿No quería usted que la criatura saliese toda viva y sin daño? Pues ahí la tenemos, sana y salva. Ha costado trabajillo..., pero al fin....

Y, sin embargo, me daba cuenta de que nada en aquella crisis de mi vida habría podido curarme como el amor de una criatura como esa. Volví a su lado, pero nada le dije.

Si los culpables, cuando son perseguidos, inspiran lástima, los inocentes que sufren tormento de la Justicia, ¡cuánto no se avaloran y subliman en el concepto de las almas sensibles! Era inocente, sufría persecuciones inauditas; luego tenía bastante motivo para erigirse en criatura celestial.

¡Cómo no he de estarlo, señora! ¡Cómo no he de estarlo si lo que me pasa a !... exclamó el joven apretando las rodillas con sus manos crispadas. ¿Pero qué le pasa, criatura? preguntó la señora con una entonación que decía bien claro que lo sabía. Ya que soy un indigno gusano... ¡Dale! ¡Cálmese usted, Timoteo, cálmese!

Se despidieron Bautista y Martín, y éste, al día siguiente, llamó a su hermana y le reprochó su coquetería y su estupidez. La Ignacia negó los rumores que habían llegado hasta su hermano, pero al último confesó que Carlos la pretendía, pero con buen fin. ¡Con buen fin! exclamó Zalacaín . Pero eres idiota, criatura. ¿Por qué? Porque te quiere engañar, nada mas.

Conque diga usted, criatura, ¿qué le hemos hecho nosotros para que así nos aborrezca? Señor cura, no ha sido todo culpa mía. Crea usted que no dejaba de acordarme muchas veces de este hermoso país y de los buenos amigos que aquí tengo. ¡Ah, tunante! ¡Y qué bien se conoce que viene usted de la corte! Señora condesa, no le deje usted mentir tan descaradamente.

Aquel mismo embrión de conciencia que en el fondo de su ser, donde todos tenemos escrita desde ab initio gran parte del Decálogo, le gritaba: «no hurtarás», le dijo con no menor energía: «tienes derecho a reclamar lo que te ofrecieron». Y, obedeciendo a la impulsión, la criatura echó a correr en la misma dirección que su abuelo.