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Aquí, abuelita, aquí respondió la niña saliendo de la estancia de su madre. Era una criatura que aun no había cumplido los tres años, rubia como el oro, tan habladora y espontánea, que ejercía sobre la abuela verdadera fascinación.

En el mismo instante, Martín, saltando fuera del molino, con las venas de la frente hinchadas y los puños apretados, cogió a su hermano por la garganta y se la apretó con tanta fuerza que la criatura se puso lívida. La madre, acudió entonces lanzando un horrible grito: ¡Acuérdate de Fritz! exclamó alzando las manos con un ademán de loca angustia.

La pobre criatura le paga aquella defensa con una mirada cariñosa de sus ojos húmedos, apretándole al mismo tiempo la mano.

Entonces el cuadro que se presentó a la vista de los que allí se encontraron, fue terrible: en un extremo de la estancia, la cuna de la niña cubierta de hollín: las cortinas se habían encendido, el fuego había invadido las ropas; la desgraciada criatura había muerto quemada, por un descuido de Graciana, que, atolondrada por la fuga, había dejado la bujía a poca distancia de la cuna.

A pesar de la asiduidad en la labor, no se desmejoraba, al contrario, parecía que cada pasito de la criatura hacia la luz del día era en beneficio de su madre. No podía decirse que Nucha hubiese engruesado, pero sus formas se llenaban, volviéndose suaves curvas lo que antes eran ángulos y planicies.

En contra de tan injusta acusación me toca decir que ni Clara, ni Lucía, en El Comendador Mendoza, ni menos aún Irene, en El Doctor Faustino, carecen de todas aquellas prendas y requisitos que pueden y deben hacer de la mujer una criatura angelical.

Dispénseme usted que le haya dado la noticia así tan de repente... Yo no pensaba... ¡Pobrecilla! ¡Si usted supiera lo buena que era aquella criatura! dijo llevándose el pañuelo a los ojos. Luego ha sido uno de los pocos seres que en el mundo me han querido de veras... ¡Pocos seres!... Yo creo que se equivoca, hermana.

El aperador, alarmado por el aspecto de la enferma, hablaba de traer un médico de la ciudad. Esto no es cristiano, tía Alcaparrona. Esa criatura se muere como una bestia. Pero ella protestaba con indignación. ¿Un médico? Eso era para los señores, para los ricos. ¿Y quién había de pagarlo?... Además, ella no había necesitado de médico en toda su vida y era vieja.

Una criatura recién nacida que lloraba bajo su capa, me indicó que era él. De tres saltos me puse junto á su lado. Una madre te ha maldecido, y yo soy la mano de Dios exclamé. Y le di de puñaladas. ¡De puñaladas! dijo el rey. , por cierto, de puñaladas; el hombre que roba á una madre su hija, el hombre á quien una madre desventurada maldice, debe morir.

El estrepitoso aplauso que siguió a este descubrimiento debieron dejar satisfecho a De-Hinchú, aun cuando era reducido su auditorio; por lo menos, fue bastante ruidoso para despertar a la criatura, un bonito niño de cosa de un año de edad, que parecía una estatuita de Cupido. Fue arrebatado casi tan misteriosamente como había aparecido.