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Yo no soy, ni merezco ser, un santo; pero ¿por qué no he de ser un sabio, un conocedor de aquella magia, que sin ofender al cielo, sin buscar el auxilio de genios o de ángeles réprobos y valiéndose sólo de medios naturales, acierta a producir prodigios pasmosos? En esta ciencia te iniciaré yo, porque te creo capaz de estudiarla y de alcanzarla.

No replicó éste, preocupado y contemplando á la enferma tan de cerca, que sentía su respiración agitada y difícil como si un pequeño volcán existiera entre las sábanas. Creo que, al despertar, despertará con el delirio. Usted debe quedarse aquí hasta ver en qué para esto indicó Bozmediano; yo me marcho. Si me ve, creo que mi presencia no será lo que más la tranquilice.

Lo creo, lo creo, don Melchor. A quince millas veo virar una lancha bonitera. Lo creo, lo creo. Y si me apuran un poco profirió en voz más alta aún, les cuento las portas a las fragatas que cruzan para el Ferrol. Arríe, arríe un poco, don Melchor dijo una voz. Hubo en la obscuridad carcajadas reprimidas, porque el señor de las Cuevas inspiraba respeto profundo a toda la marinería.

contestó la joven ; le he buscado... porque creía amar á un hombre... desconfiaba de él... necesitaba un bebedizo... pero yo soy cristiana, señor, yo creo en Dios, yo le adoro exclamó llorando la Dorotea. Os he asegurado que nada tenéis que temer dijo el padre Aliaga ; pero es necesario que cambiéis de vida; que dejéis el teatro, y no sólo el teatro, sino el mundo.

¡Hijita!... Me habías asustado. Creí que se trataba de alguna desgracia. ¿Y le parece a usted poca desgracia? dijo llorando y riendo a un tiempo, momento de transición en que mi protegida se torna verdaderamente divina. No creo que la declaración de un rey, ¡de un rey nada menos! sea causa de aflicción. Ninguna mujer llora ante un matrimonio morganático. , ríase usted...

Don Bernardino de Cáceres y su padrino. Creo que podemos empezar cuanto antes dijo don Bernardino desnudando la espada y tomando la linterna de mano de su padrino. Por nosotros no hay inconveniente dijo el alférez, dando su linterna á Juan Montiño . Pero antes de empezar debo advertiros una cosa, amigo Velludo. ¿Qué? Nosotros no reñiremos. La costumbre es que los padrinos riñan.

Así lo creo, señora respondió el cura. La evolución femenina de que habla todo el mundo, me parece que no tiene otra causa primera. Los cambios de hechos acarrean siempre cambios de ideas, cuando no es el cambio de éstas lo que produce el de los primeros. Es curioso, muy curioso exclamó la de Ribert.

Pasado otro rato, y cuando los brazos soltaron las cinturas y ambas estaban limpiándose los dedos en sus respectivos pañuelos, Aurora volvió a decir: «Pues , todos partieron esta tarde y el primo Moreno con ellos. Creo que van a San Juan de Luz». Fortunata volvió la cara para el balcón del gabinete, donde estaba Olimpia.

Y aunque Eleuterio ha sido constante en sus principios, aceptó, por patriotismo. Pero él es siempre el mismo hombre de acero. El cañón y el florete se componen de igual materia; y aunque el florete se doble y el cañón no, ambos son de acero. Sigue, Petrona... Yo creo, Marianela, que lo importante en un hombre político es su origen, lo que fué primero, no lo que fué después.