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Basta decir que Mâcón ha sido tomado a mitad de la noche, que yo desperté a las dos de la madrugada entre el espantoso estruendo de los cañones, obuses y fusilería, vivísimo en todas las calles, y los más siniestros gritos de desesperación y de dolor. Nos creíamos todos perdidos.

Cuando hubieron pasado algunos minutos, viendo que el apetito de Gaspar se moderaba, exclamó repentinamente: Dime, Gaspar, sin dejar de comer, ¿cómo es posible que estés aquí? Nosotros creíamos que te hallabas aún a orillas del Rin, cerca de Estrasburgo. ¡Ah, ah, el veterano! Ya comprendo dijo Lefèvre guiñando un ojo . ¡Como hay tantos desertores! ¿No es eso?

Los Yuracarees estiman en mucho las plumas de este pájaro; ya para empenar sus flechas, ya para adornarse en los dias de gala ; así es que sin perder tiempo se habian apoderado de ellas, dejando burladas mis esperanzas. Despues de haberlos reñido asperamente por esta conducta, ordené que me tragesen al animal, que creiamos muerto; y sentado en la canoa lo coloqué delante de .

¿Es probable que fuera tanto nuestro engaño? No: lo es que nuestro afecto anterior no nos dejaba ver sus lunares; y que nuestro actual resentimiento los exagera ó los finge. ¿Por ventura no creíamos posible que el amigo pudiese negarse á prestar un favor, ó se portase mal en un negocio, ó en un momento de mal humor se olvidase de su ordinaria afabilidad y cortesía?

Nela... ¿ por estos barrios?... Creíamos que estabas en casa de la señorita Florentina, comiendo jamones, pavos y perdices a todas horas y bebiendo limonada con azucarillos. ¿Qué haces aquí? ¿Y , a dónde vas?

Pero después de la capitulación de Ulm, nos creíamos los primeros soldados del mundo, y al hablar de los prusianos y de los rusos, nos reíamos de ellos, juzgándoles hasta indignos de nuestras balas.

Mira á los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos é incapaces de idealismos; saben que no van á ganar nada positivo, y sin embargo entran en la lucha con todas sus fuerzas.

Yo me he sentido muy halagado al ver que a mi llegada se encendía una nueva estrella en el cielo de Madrid. Desgraciadamente, la nueva estrella resultó algo semejante al nuevo microbio, que todos creíamos español y que resultó proceder del centro de Europa. No acabamos de descubrir nada por completo, ni en la región de lo infinitamente pequeño, ni en la de lo infinitamente grande.

Aquellos pobres paisanos a quienes no se puede negar el valor, huyeron ante las tropas disciplinadas del general Dupont. En Córdoba tampoco se les opuso resistencia, y ¡qué horror, Dios mío! ¡Qué tres días de angustia! Todos creíamos que los franceses entrarían con bandera de paz, porque la gente de Echevarri abandonó la ciudad, y los de aquí no trataban de hacer resistencia.

En fin, aquellos torreones, lo que nosotros creiamos altares, no son otra cosa que las chimeneas de aquel enorme establecimiento; altares consagrados á otro culto no tan elevado, pero no menos indispensable. Es bien seguro que no hay un templo en todo Paris, que cuente con una cofradía más constante, mas exacta, más fiel.