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Hace un momento me han entregado otra en caracteres de imprenta, que se expresa con más claridad: «Un amigo, que se interesa por usted, se cree en el deber de advertirle que está usted burlado por una coqueta. Al buen entendedor...» La denuncia es tan formal como cobarde. Esos bajos ataques no merecen más que desprecios y he echado al fuego los dos papeles infames...

¿Y qué? exclamó ella con violencia. ¿Porque es mi madre me ha de mortificar a todas horas y en todos los momentos?... ¡Si cree que yo lo voy a sufrir, está bien equivocada! ¡Anda, que la sufra ese mastuerzo, que para eso le saca los cuartos!... Aquí ya no hay mimos más que para él... Mira, Gonzalo, si quieres que seamos amigos, no me toques más esa tecla.

Por dicha o por desgracia mía, o no hay de esos seres con prendas y excelencias superiores a su clase, lo cual probaría, en suma, que los hombres, por naturaleza, son más iguales de lo que se cree, y que tales prendas y excelencias son creadas por artificio, o, si hay de esos seres, no están reservados para , o yo carezco de imaginación para fingir en alguien, aunque no existan, todos aquellos primores que habrían de enamorarme.

Tal vez a impulsos del próximo parentesco se decidiese a regalarle una de aquellas joyas. Puede ser que Margalida le quiera, y entonces el Ferrer me una de sus pistolas. ¿Usted qué cree, don Jaime?...

Debiera usted morirse de vergüenza. Señora, yo no de qué habla usted dijo Clara, perdiendo por completo la serenidad. ¡Insolente! Y aún se atreve á disimular, después de tanta desvergüenza. ¿Cree usted que está tratando con personas como usted? ¡Miren la necia! tan necia como perversa. Ahora mismo va usted á salir de esta casa.

Nunca he visto más profunda alteración de un semblante; la sangre abandonó sus mejillas y sus labios temblaron. Me miró fijamente con ojos dilatados y replicó: ¿Es con Luciana con quien se casa usted? Cuando la conozca usted mejor, espero que querrá hacerla partícipe de la benévola afección que siempre me ha mostrado. ¡Oh! La conozco ya bien... mejor de lo que usted cree...

Antes de concluir la comida, don Guillén se había granjeado la confianza y la simpatía de todos; y a tal extremo llegó la confianza, que don Celedonio se atrevió a dispararle a boca de jarro esta pregunta: ¿Cree usted en Dios? ¿Cree usted en la república? interrogó a su vez don Guillén, sin inmutarse. Como republicano que soy. Yo, como sacerdote que soy, soy creyente.

Acercose todavía por ver si podía escuchar algo de su conversación; percibió algunas palabras sueltas, pues hablaban en voz alta, y al cabo de unos instantes creyó oír distintamente la siguiente frase en boca de García: «El pobre Tristán, aunque se cree un gran poeta, no pasa de ser una medianíaEsta frase jamás fue pronunciada por el buen García, ni era posible, pero Tristán la oyó claramente.

Clara, agua de la Albayda ó de la Fábrica, agua del Arroyo del Moro, agua del Arroyo de Pedroche; y aun se cree que hay en la campiña otras aguas perdidas, de las que en tiempo de los árabes fertilizaban sus hoy áridas llanuras. En el citado caj. Q del archivo, bajo los números 40, 321, 359, 379, 380 y 390, hallará el curioso muy interesantes noticias acerca de esto.

Firmemente convencida Dionisia de haber estrechado en sus brazos á su amante la noche de la entrevista, se maravilla sobremanera de que aquél se haga el desentendido, y cree que se propone negarlo; su pasión se acrecienta más y más, reconviene amargamente al Conde por su conducta, y lo obliga, no comprendiendo lo que sucede, á abandonar la corte para siempre y ausentarse á un país lejano.