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Esta catedral, sueño creado sobre un sueño, es el juego inocente de esta vieja niña. Ha hecho ejecutar los planos de ella; pasa sus días, y algunas veces sus noches, meditando los esplendores, cambiándole las disposiciones anteriores y agregándole algunos ornamentos: habla de ella como de un monumento edificado y practicable.

Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos en esta agitación mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. ¿Para qué, entonces, la existencia de lo creado? ¿No tenía la humanidad otro fin que engañarse a misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la caja circular que la aprisionaba, como esos pájaros que con sus saltos mueven una jaula que es su cárcel?...

Si al intentar esto no se ha logrado nunca llegar a la verdad, donde el espíritu se satisface y aquieta, al menos se han creado obras pasmosas de imaginación, como, por ejemplo, las de Leibnitz y las de Hegel. Pero el error del poeta ha estado en no ver que el camino, por donde se va a dicho término, no es ni puede ser el suyo.

Sin embargo, nunca intenté vengarme de ellos, porque muy bien que son malvados porque así los ha creado la Naturaleza o el Destino; hacen daño como lo hacen las fieras, por el egoísmo que ruge dentro de todo ser animado. El mundo está organizado para devorarse los seres, unos a otros.

La Regenta cayendo, cayendo era feliz; sentía el mareo de la caída en las entrañas, pero si algunos días al despertar en vez de pensamientos alegres encontraba, entre un poco de bilis, ideas tristes, algo como un remordimiento, pronto se curaba con la nueva metafísica naturalista que ella, sin darse cuenta de ello, había creado a última hora para satisfacer su afán invencible de llevar siempre a la abstracción, a las generalidades, los sucesos de su vida.

»Las hierbas, los arbustos, todo parecía poblarlo un mundo de seres alegres y animados, que con sus ruidos, sus gritos y sus cantos parecían entonar un himno de gracias a Dios, que los había creado. Únicamente Magdalena lanzó algunas exclamaciones de entusiasmo; yo no hacía otra cosa que contemplarla.

Una vez muy exagerado, ó hay que huir al desierto y hacer la vida ascética de los ermitaños, y entonces todo va bien, porque la belleza y la bondad que no se ven en la tierra, se esperan, se presienten y casi se ven ya en el cielo, en éxtasis y arrobos, ó hay que dar, faltando el amor divino, faltando la caridad fervorosa, en un desesperado desprecio de uno mismo y en tal desdén y odio á todo lo creado y á nuestros semejantes, que hacen á quien así vive odioso y enojoso á y á los demás seres.

La sangre de su padre, que hervía en sus venas, le despertaba la cólera y le excitaba a ahorcar los hábitos, como al principio le aconsejaban en el lugar, y dar luego su merecido al señor conde; pero todo el porvenir que se había creado se deshacía al punto, y veía al deán, que renegaba de él; y hasta el Papa, que había enviado ya la dispensa pontificia para que se ordenase antes de la edad, y el prelado diocesano, que había apoyado la solicitud de la dispensa en su probada virtud, ciencia sólida y firmeza de vocación, se le aparecían para reconvenirle.

¡Hasay, estaba en el número de las niñas que no tienen madre! ¡Era la flor de la estufa! En la misteriosa cadena de todo lo creado se destacan dos eslabones; la sensitiva y la madre: en la primera concluye el vegetal; en el amor de la segunda, se establece el lazo de unión entre lo inmortal y lo mortal, entre lo infinito y lo finito.

Abominaba de los revolucionarios, con el miedo instintivo de todos los ricos que han creado su fortuna y recuerdan la modestia de su origen. El socialismo de Tchernoff y su nacionalidad habrían provocado forzosamente en su pensamiento una serie de imágenes horripilantes: bombas, puñaladas, justas expiaciones en la horca, envíos á Siberia.