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Parece mentira que se chifle así un hombre de su edad... porque anda ya cerca de los cincuenta; un hombre enfermo... porque los médicos dirán lo que quieran, pero el mejor día hace el crac... ¿Y qué más prueba de su embrutecimiento que estar aquí?... ¿Por qué no se va al extranjero como otros años? Buen pajarraco está.

«, sentía que dentro de su cuerpo había algo que hacía crac de cuando en cuando. Había polilla por allá dentro. Y lo que él temía no era la enfermedad por la enfermedad, la vejez por la vejez; no; era buen soldado del amor, héroe del placer, sabría morir en el campo de batalla. Su inquietud era por otro motivo. Morir, bueno; pero decaer y decaer en presencia de Ana era horroroso; era ridículo y era infame. ; él faltaba a su juramento envejeciendo, perdiendo fuerzas. Recordaba con escalofríos épocas pasadas en que decadencias pasajeras, producidas por excesos de placer, le habían obligado a recurrir a expedientes bochornosos, buenos para referirlos entre carcajadas en el Casino, a última hora, a Paco, a Joaquín y demás trasnochadores, para referirlos después de pasados, cuando el vigor volvía y ya las trazas cómicas no eran necesarias; pero expedientes odiosos como la miseria y sus engaños. Aquel fingir juventud, virilidad, constancia en el amor corporal, parecíale a don Álvaro semejante a los recursos de la pobreza ostentosa que describe Quevedo en el Gran Tacaño.

De todo lo cual resultaba a menudo que cuando más embebecido en su obra estaba Carlitos, hacía el aparato ¡crac! saltaban algunas de las piezas más importantes, dislocábanse con esto otras cuantas, y la bóveda celeste padecía un completo trastorno, como si fuese llegado el día del juicio final.

Yo no procedía así, yo, en los tiempos en que hacía la corte. ¡Ah! quizá la señorita Nancy se haya retirado, y no os sucedió eso con vuestra novia. Seguramente respondió el señor Macey con aire significativo . Antes de decir «cric», yo tenía mucho cuidado de saber si ella diría «crac», y sin andar con rodeos, además.

Llegamos al fin a los frigoríficos continuó Maltrana . Unas puertas que tienen de grueso casi tanto como de alto, unos dados de acero que giran ligerísimos sobre sus goznes y se abren y cierran lo mismo que las culatas de los cañones... Crac: una vuelta de muñeca y todo queda justo, acoplado, sin la menor rendija.

Krakow golpeó con los pies y con las manos para impedirme continuar; y, después de unos cuantos gruñidos sofocados, acabó por recobrar la palabra: Esta asma, esta asma infernal... una verdadera cuerda alrededor del cuello... ¡crac!... cerrado el gaznate... ¿Quieres hablar, querido? ¡Buenas noches! ¿Quieres respirar, querido? ¡Chito!... Pero ¿qué es lo que está diciendo usted ahí de nuestras relaciones?