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Vino el cacique sin armas, servido de dos de sus vasallos, y noticiado del atrevimiento de los Cozocas, se encolerizó sobremanera contra el Mapono; y hubiera puesto en él las manos, á no haber venido á buen tiempo uno que daba aviso de que dos cristianos heridos estaban ya para espirar.

Luego confortó en el alma con un fervorosísimo razonamiento á sus neófitos, y les exhortó á ofrecer su vida á aquel Señor que por el bien de las nuestras dió la suya; porque el demonio, que llevaba muy mal tantas pérdidas, sin haberlas podido remediar, había hecho el último esfuerzo con los Cozocas para que le quitasen la vida; lo mismo deseaba el santo Misionero; y hablando con sus cristianos, sólo sentía que la rabia del enemigo infernal y de sus secuaces no tuviesen permisión para matarlo.

Mas no por esto se olvidaba del término de su viaje, por cuya causa se hubo de despedir de los Subarecas, no sin grandes lamentos y llanto universal de aquella buena gente, la cual, viendo que no le podían tener más tiempo en tierra por entonces, quiso que la flor de la juventud le fuese acompañando para ir allanando el camino y proveyéndole de víveres al Padre y á sus compañeros, lo que ejecutaban á competencia con los Cozocas.

En esta jornada vino Patozi, el cacique de los Moposicas, con gran número de sus vasallos, y se le quejó mucho porque no iba á sus tierras, usando de cuantas artes y modos de ruegos supo para moverle á compasión; con todo eso, aunque el Padre lo deseaba mucho, no lo pudo consolar, por no querer torcer su viaje á otras Rancherías del Norte ó del Mediodía, sino sólo tirar derechamente á Poniente; y reconocida su buena voluntad, le convidó á que le acompañase hasta los Cozocas, que ya tenía á la vista.

Quiso, con todo eso, el Apostólico Padre pasar adelante, pero halló la gente confinante tan envenenada por aquella cruelísima matanza, urdida y maquinada á traición, que quería vengar la injuria en las vidas de los nuevos cristianos; por lo cual le fué preciso retirarse con presteza para que los inocentes no pagasen la pena de los culpados, difiriendo la empresa para cuando el tiempo pusiese en olvido el agravio y desahogando entre tanto su celo en otras tierras, cuyos moradores iba juntando en la nueva Reducción, la cual trasladó á sitio más cómodo para la salud de los cathecúmenos, en una llanura que de la banda de Oriente miraba á los Puyzocas, por el Norte á los Cozocas y á los Cosiricas por Occidente.

Llevaba mal Abetzaico, que se detuviese el Padre tanto con los Cozocas; y se lamentaba tanto de esta tardanza, que precisó al siervo de Dios á despedirse de aquí é ir á su tierra, donde no hubo bien llegado, cuando fueron inexplicables las alegrías y señales de júbilo que mostraron los Subarecas, saliéndole á recibir y haciendo fiestas á su usanza propias para cuando quieren mostrar extraordinaria alegría.

Los españoles toman á su cargo la defensa de los Chiquitos contra los Mamalucos, á petición del P. Arce I 99 Los holandeses maltratan á los Padres Misioneros II 136 Los indios Cozocas se reducen al gremio de la Iglesia II 51 Los indios Zamucos se niegan á recibir á los Misioneros en sus tierras II 246 Los indios Quiriquicas son reducidos á la santa fe por el P. Lucas Caballero II 23

Mientras ellos procuraban valerse de todas las suertes de su crueldad y fiereza para darle la muerte, los cathecúmenos desde lejos procuraban librarle de ella, amenazando á los Cozocas que vendría sobre ellos la ira de Dios y les daría su merecido, como á su costa ellos lo habían experimentado; y ó fuese porque el temor les hiciese caer en la cuenta, ó porque Dios reprimiese su orgullo, dándoles más acerbos dolores en los brazos, se pararon algún rato y dieron tiempo y oportunidad al siervo de Dios para acercarse al Mapono, y con modo cortés y afable le dió á conocer el poder de Jesucristo, que por más que él y los suyos lo intentasen, si no era voluntad de su Divina Majestad, no le podrían quitar un cabello; y que sus Tinimaacas, por más que se jactasen de que eran señores del cielo y dueños del mundo, al fin no eran otra cosa que miserables y flacas criaturas condenadas por su culpa á cárcel perpetua en el infierno.

Correrías de los Mamalucos del Brasil por las márgenes del río Paraguay I 71 Costumbres de los indios Cozocas II 193 Costumbres que tenían los indios Chiquitos para curar á sus enfermos; mataban á las mujeres, que suponían ser causa de las enfermedades I 48 Crueldades de los indios Penoquís I 217 Crueldad de los indios Puyzocas II 80

Estábanle mirando los Cozocas desde la plaza de su Ranchería, y apenas el Padre se puso á mirarlos con la cruz en la mano, cuando prorumpiendo en gritos descompasados, á la usanza de bárbaros, le dispararon una tempestad de saetas, que á no repararlas Dios con su mano poderosa, hubiera quedado muerto. Los cristianos y cathecúmenos, viendo las cosas tan contrarias, se retiraron atrás.