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Veía además el apresuramiento de las mujeres, sus ojos de inquietud cuando se encontraban con el médico en un lugar solitario de la costa. Solamente la presencia del sobrino les hacía recobrar la tranquilidad y contener su paso. El mar le enloquecía de vez en cuando con una ráfaga de furor amoroso. Era Poseidón surgiendo inesperadamente en las riberas para voltear diosas y mortales.

El croupier colocado enfrente para cobrar y pagar barajaba los naipes antes de introducirlos en un doble cajoncito, del que debía extraerlos el banquero. ¡Pobre banquero! Considerando el público extraordinaria su elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su asiento presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa la timidez del pianista, y una risa franca saludó su presencia.

Por la tarde se notaron señales de próxima tempestad que alarmaron profundamente al capitán Golvín, pues no sólo había perdido la tercera parte de sus marineros sino que la mitad de los restantes estaban á bordo de las dos galeras apresadas; y unido esto á las averías sufridas por su propio barco, lo ponían en muy malas condiciones para arrostrar las tempestades de aquella peligrosa costa.

Marchóse otro de los oficiales, y quedó sólo uno, el cual tuvo que seguir sosteniendo la conversación. «¡Qué vaivenes! continuó diciendo el viejo . No parece sino que nos vamos a estrellar contra la costa... Pues bien: como dije, yo movería esa gran mole de mi invención por medio del... ¿A que no lo adivina usted?... Por medio del vapor de agua.

Bien es verdad que creen son las almas inmortales y á sus difuntos los entierran poniéndoles en la sepultura algunas viandas y sus arcos y flechas para que en la otra busquen á costa del trabajo de sus manos, con qué poder vivir, y de esta manera quedan persuadidos que no les precisará el hambre á querer volver á este mundo.

Algunas veces los monarcas reedificaban á su costa estas cosas y adornaban sus templos con columnas, mármoles y jaspes; pero es preciso llegar al siglo X por lo menos para hallar documentos en que se conceda á los monasterios jurisdiccion feudal sobre las villas y pueblos del contorno.

Id a ver a Winthrop y decidle que no vaya a lo de Cass y que me espere... ordenad que me ensillen mi caballo. ¡Ah! esperad; tratad de vender la vieja jaca de Dunsey y de entregarme ese dinero; ¿habéis oído? Ya no mantendrá más caballos a mi costa. Y si sabéis dónde se ha metido vos lo sabéis sin duda , podéis decirle que no se el trabajo de volver a la casa.

Al divisar al hombre dejó escapar la madera, y ni siquiera tuvo ánimo para huir: sólo supo llorar. El arpón. «Al marinero que llega á la vista de Groenlandia, ningún placer le causa aquella tierradice cándidamente John Ross. No lo dudo. Figuraos una costa de hierro, de aspecto asolador, donde el negro granito escarpado no protege ni siquiera á la nieve; y después, sólo se ven hielos.

La llanura pierde al fin su dilatado horizonte en Rognac, las colinas y los cerros se complican, anunciando la proximidad de la opulenta Marsella, y el Mediterráneo, penetrando por un pequeño golfo en medio de las redondas montañas de la costa, sorprende al viajero, ofreciéndole en las ricas salinas de Berre, Rognac y Martigues un hermoso lago circular, tranquilo y cristalino, cuyas ondas llegan hasta el pié de los olivos.

En el distrito de Surigao, al NE. de la gran isla que nos ocupa, se han descubierto recientemente afloramientos de carbón á poca distancia de la costa.