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Es el gato, hija mía, el gato, autor de todas las fechorías que ocurren en... el Cosmos. ¡Ah, mundo, pillín, si yo te cogiera!... Pero ven acá, alma mía; puesto que vas a dar un salto tan brusco en la escala social..., dime: allá, en esos Olimpos, ¿te acordarás del pobre Miquis? ¿Pues no me he de acordar? Serás entonces un médico célebre.

CUESTA. ¡Cosas de chicos! EVARISTA. No puede usted figurarse, amigo Cuesta, lo incomodada que me tiene esta niña con sus chiquilladas, que no son tan inocentes, no. CUESTA. Veamos. DON URBANO. Eso es: «del cosmos, simbolizando en su luminosa mirada, en su boca divina, el poderoso agente físico que...» Pues aquí hay otra. CUESTA. ¿A ver, a ver esa? EVARISTA. Hija, tu cuerpo es un buzón.

En el cosmos es decir, en el diccionario están los nombres de todas las cosas, pero están mal aplicados, porque están aplicados según costumbre mecánica y en forma que, lejos de provocar un acto de conocimiento y de creación, favorecen la rutina, la ignorancia, la estupidez, la charlatanería gárrula y el discurso vulgar, vacío y memorista.

Si le pedía a Angustias que le diese el cosmos, la niña, por experiencia, ya sabía que le tenía que entregar aquel libraco, el cual, para ella, era tan lógico que se llamase cosmos como que se llamase diccionario.

Hablando y hablando, Augusto llegó a decir: «Señores, evolución tras evolución, enlazados el nacer y el morir, cada muerte es una vida, de donde resulta la armonía y el admirable plan del Cosmos». ¡El Cosmos! ¡Qué bonito eco tuvo esta palabra en la mente de Isidora! ¡Cuánto daría por saber qué era aquello del Cosmos!..., porque verdaderamente ella deseaba y necesitaba instruirse.

Y de aquí, joroba = responsabilidad; un nuevo acto de creación en el cosmos es decir, en el diccionario de Belarmino. Otras palabras le producían únicamente sensación de cualidades físicas.

Y lo que era peor, Jesucristo, cuya figura, aun en sus momentos de duda, se le aparecía elevada siempre y majestuosa, se presentaba ahora a su imaginación como un grano de polvo; la historia de la Redención, tan insignificante como la caída de una hoja. Quiso penetrar más en el estudio de la Naturaleza. Después del Cosmos leyó otra porción de libros de astronomía, de física, de geología.

Camello, decía el cosmos es decir, el diccionario ; y Belarmino veía, en efecto, brotar de la página el dicho cuadrúpedo rumiante, aunque muy mermado de proporciones, y salir andando despaciosamente por el piso; pero a los pocos pasos, el perfil de la bestia, ya de suyo sinuoso, se deformaba más todavía, evolucionaba, se transformaba; el animal se ponía en dos pies, aparecía vestido con uniforme; la cabeza, sin perder la expresión primitiva, tomaba rasgos humanos; las jorobas se convertían en alforjas, que colgaban al pecho y espalda, y de una de las bolsas salía un gran cartapacio.

Leía las palabras del cosmos es decir, del diccionario , evitando, con el mayor escrúpulo, que rozasen sus ojos la definición de que iban acompañadas. Leía una; en rigor, no es que la leyese; la veía, materialmente, escapándose de los pajizos folios, caminar sobre el pavimento, o volar en el aire, o diluirse nebulosamente en el techo.

Además, siempre les había profesado cierto desprecio inculcado por el rector su maestro; el desprecio que los ascetas sienten hacia todo lo que se relaciona con la materia. Así que tales descripciones le cogían de nuevas. El libro era célebre en el mundo científico; había oído hablar de él; pero nunca cayera en sus manos hasta entonces. Titulábase Cosmos; su autor, Alejandro Humboldt.