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Una, ya vieja, esta hilando en rueca de torno: con la mano izquierda da vueltas a la rueda, cuyos radios parecen hacer vibrar el aire: en la diestra sostiene el huso, mientras vuelve naturalmente la cabeza para hablar con una compañera que al tiempo de alejarse sujeta un pesado cortinón.

En el cuartito había unos veinte individuos; los más conspicuos del belarminismo y del antibelarminismo. Estaban entornadas las maderas del balcón, para que no se introdujese el ruido de la calle. Sentaron a Belarmino muy cerca de un gran cortinón de velludo, color oro viejo. Belarmino parecía sumido en completa insensibilidad, como amputado del mundo de las cosas vivas.

Y le cogió la mano que andaba tropezando en la cortina, y se la apretó con franca cordialidad. Serafina... yo no ... lo que me hago... usted creerá... Ella no le contestó, encontró la salida, levantó el cortinón, y con una mirada intensa, llena de caridad y protección, le dijo que la siguiera. Pero Bonis no se atrevió a traducir la mirada, y no siguió a la tiple.

En la penumbra del cortinón medio recogido de la puerta de escape hacia el interior de la casa, aguardaba una persona, a la cual mandó entrar la marquesa un momento después de sentarse en el precioso sillón de su mesa de escribir.

Aquella noche, la correspondiente al día del préstamo, Serafina tuvo una ovación en el segundo acto, y salió de la escena por la puerta lateral de una decoración cerrada de modo que los bastidores dejaban en una especie de vestíbulo, cerrado también por todos lados, a Bonifacio, que aguardaba allí como solía; para salir de aquella garita de lienzo, había que levantar un cortinón pesado, que se usaba para el foro en otras decoraciones.

El estudiantillo desenvuelto se acercaba de cuando en cuando al cortinón, detrás del cual estaba apercibido el fonógrafo; abría una rendija, inmiscuía la nariz, y se volvía a decir: «Se va llenando el salón», «ya está lleno», «el filósofo sube al estrado», «monsieur Cleo de Merode va a comenzar su conferencia». Oyóse el carraspeo del fonógrafo, precursor de la emisión de la palabra.

Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.

Trotaron los caballos, se alejó en salvo el coche, y a su espalda, ya lejos, arreció el rumor formidable del motín, semejante al ruido de una presa cuando rota la esclusa se precipita el agua en oleadas de espuma sucia y turbulenta. Desde que la mano levantaba el pegado cortinón de alfombra, reforzado con tiras de cuero, quedaban los ojos deslumbrados. La iglesia estaba hecha un ascua de oro.

Sólo al caer tras el cura el pesado cortinón que cubría la puerta de la lujosa sala, se sobrepuso la dama a la sorpresa que le causó tamaño arranque de honrado fanatismo. ¡Bah! Es un puritano inútil. Otro lo hará...

Las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban estrellas tembladoras de aquella dulce obscuridad, indicando adónde debían dirigirse los piadosos ojos. Al poco rato de estar allí, parecióme aquel interior menos obscuro y comencé a ver distintamente todos los objetos.