United States or Yemen ? Vote for the TOP Country of the Week !


Los tiempos antiguos podían llamarse de libertad; la persecución y la barbarie eran relativamente modernas. Judíos eran los tesoreros de los reyes, los médicos y otros cortesanos en las monarquías medioevales de la Península.

Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el título de grande que le prodigan sus cortesanos?

¿A qué no se atreverá, señores... señores, a qué no se atreverá esta desalmada grey de filósofos y ateístas? exclamé yo mirando al techo. Señor oficial me dijo doña María , es indudable que ustedes los militares tienen la culpa de que los <i>cortesanos</i>... así los llamo yo... estén tan ensoberbecidos.

-Mira, amiga -respondió don Quijote-: no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y, aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías, ni en las leyes de los desafíos; si lleva, o no lleva, más corta la lanza, o la espada; si trae sobre reliquias, o algún engaño encubierto; si se ha de partir y hacer tajadas el sol, o no, con otras ceremonias deste jaez, que se usan en los desafíos particulares de persona a persona, que no sabes y yo .

A su lado estaba la mujer demacrada, pálida y huesuda que vimos en la buñolería algunos meses antes, y que había permanecido al lado de su ama, como uno de esos cortesanos de la desgracia que con menos mérito alardean de fidelidad en esferas más altas. A primera vista la mujer aquella parecía imagen de la Muerte esperando su presa.

Brinda la suerte á un personaje, escoge un sitio, tantea su arma, recoge su lujosa capa carmesí, arroja al viento su cachucha, se aprieta el moño postizo y aguarda con serenidad á que la fiera, conducida con maña por los cortesanos, venga á aceptar el combate mortal.... El lujo brillante y la singularidad de su vestido, la altivez de su andar y la terrible especialidad de sus funciones, las mas peligrosas, hacen del Espada, á los ojos de los Españoles, un héroe, un semidios de la muerte, una especie de artista sanguinario, si se me permite la violencia herética de la expresion!... Todas las miradas le contemplan, le devoran y le siguen sus movimientos con agitacion febril.

Y juraría que ambos están más acostumbrados á ceñir la armadura y repartir mandobles que á figurar entre cortesanos en la regia cámara. Á otros muchos nos pasa lo mismo, Sir León, repuso Chandos, y bien puedo asegurar que el mismo príncipe respira más á sus anchas en el campo de batalla que en su palacio. Pero oid los nombres de aquellos dos capitanes: Hugo Calverley y Roberto Nolles.

Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos años cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombró virrey del Perú. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco sólo se había ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desafíos.

Tenian todos por cierto, que en viendo los Turcos al emperador Miguel, y el fausto y vanidad de los cortesanos, se rendirían; y fué tanto el descuido de los Griegos, que como si fueran á caza vinieron la vuelta de los Turcos, sin ordenar esquadrones, olvidados de todo punto del manejo ordinario de la guerra, ó fuese por ignorancia, ó por parecerles inútil qualquier prevencion para tan poca gentes.

Aquellos cortesanos del amor pretérito, tal vez al rendir sus homenajes, pensaban sobre todo en la munificencia actual de la heredera de D. Diego, única persona que aún tenía cuatro cuartos en toda la familia; pero ella, la caprichosa cónyuge del infeliz Bonifacio, no se detenía a escudriñar los recónditos motivos por que era acatada su indiscutible soberanía sobre los suyos.