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La novedad del día, saliendo del Club Social, cayó como una bomba entre la «selecta y numerosa concurrencia». Los admiradores y cortejantes de Coca recibieron general rechifla... Entre ellos sobresalían dos periodistas: Publio Esperoni, secretario de redacción de La Mañana, y Jacinto Luque, cronista de El Correo de las Niñas.

En la Glorieta dieron Nieves y su padre unas cuantas vueltas con las adherencias que traían desde la Colegiata, y seguidos del propio zaguanete de gomosos, cosa que encendió las iras de las villavejanas desperdigadas y desatendidas entonces por sus habituales cortejantes, y les dio motivo para despellejar viva a la pobre Nieves.

El Capellanet reía de estas escenas, viendo en la tenacidad hostil de los cortejantes un motivo de orgullo para Margalida y la familia. El noviazgo de su hermana no iba a ser como el de otras atlotas. Los pretendientes parecíanle a Pepet perros rabiosos que no soltarían fácilmente su presa.

¡Avant qui siga! gritaba Pep como si ignorase la presencia de los cortejantes y estuviera esperando una visita extraordinaria. Entraban mansamente, saludando a la familia. «¡Bona nitBona nitTomaban asiento en un banco, como niños de la escuela, o quedaban de pie, mirando todos a la atlota.

Nada que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor: cortejante nada más. Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación, pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual de los festeigs, estaba en una silla, en el centro de la pieza, acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes.

Cuando avanzaba la noche y Margalida había hablado ya con todos sus cortejantes, el padre, que dormía en un rincón, prorrumpía en sonoro bostezo. Aquel hombre de campo parecía adivinar durante su sueño el curso del tiempo. «¡Las nueve y media!... A dormir. ¡Bona nit!» Y toda la atloteria, tras esta invitación, abandonaba la casa, perdiéndose en la obscuridad sus pasos y relinchos.

Los versos los había inventado el otro, pero la intención era del malicioso verro. Este le había sugerido la idea de que insultase a don Jaime en pleno cortejo, contando con la seguridad de que no dejaría impune el agravio. Ya veía claro el muchacho el verdadero motivo de la entrevista de los dos cortejantes que él había sorprendido en el monte.

Y fue saludando a los cortejantes según salían de la casa. Al pasar Jaime ante él, sombrío y despechado, intentó retenerlo por un brazo. Debía esperar; él le acompañaría hasta la torre. Miraba con inquietud al Ferrer, que se había quedado detrás de él, retardando voluntariamente su salida de la casa. Pero el señor no le contestó, librándose de su brazo con rudo movimiento.

Todo en su historia pasada le parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa. Nunca había de volver a ese mundo de ficción. La realidad era lo presente. Al llegar al porche encontró reunidos a los cortejantes, que parecían discutir con voz ahogada. Al verle callaron instantáneamente. ¡Bona nit! Nadie contestó.

Esta certeza entusiasmó al Capellanet. Necesitaba ir armado para poder mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los atlots más valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a comenzar el festeig. El siñó Pep había sido rogado por los atlots con objeto de que fijase día y hora para la visita de los cortejantes.