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Sin embargo, bien considerado, su vigor no parecía corporal sino espiritual, como si se debiera á favor especial de los ángeles; ó quizás era la animación procedente de una inteligencia absorbida por serios y profundos pensamientos; ó acaso su temperamento sensible se veía vigorizado por los sonidos penetrantes de la música que, ascendiendo al cielo, le arrastraban y hacían mover con inusitada vivacidad.

No era él hombre para la corte. Los deberes sociales que allí impone la cortesía, le aburrían. Había nacido para la libertad, para el goce que proporciona el aire libre del mar, el ejercicio corporal, los trajes cómodos, holgados.

Esto en cuanto a lo corporal; por lo que toca al espíritu, nuestro D. Manuel no necesitaba componer ni aliñar absolutamente nada; teníalo tan fresco, tan vivo y juvenil como a los veinte años.

Su pensamiento no estaba en el asunto: teníalo agitado, como siempre, por aquella duda fatal que acibaraba aún más que la dolencia corporal sus míseros días. Con la mirada fija y zahorí del que se acerca a la tumba, atravesaba la hermosa frente de Clementina inclinada sobre el libro y deletreaba confusamente allá dentro sin lograr adquirir la certidumbre que ansiaba.

No había ejercicio corporal en que no brillase: gran jinete, certero tirador de pistola, ágil y diestro en la esgrima y valsador airoso y gallardo. Sus chistes eran reídos, sus discreteos celebrados. Todos le creían capaz de los negocios más serios si llegaba algún día a emplear en ellos su tiempo y sus facultades.

Quería arrojarse sobre Dunstan, arrancarle el látigo de la mano, darle de azotes hasta ponerlo a dos dedos de la muerte, y ningún temor corporal lo hubiera detenido, si otra suerte de miedo, alimentado por sentimientos que podían más que su ira, no hubieran dominado su voluntad. Cuando volvió a hablar fue en tono casi conciliador.

No envidiosa sino encantada notaba yo que había en todo su ser corporal algo de más aristocrático que en el mío. Era además blanca y rubia, mientras que yo soy pelinegra y trigueña. Mis ojos son verdi-oscuros; los suyos azules como el cielo. Yo soy alta y esbelta: ella es más esbelta y más alta que yo, aunque igualmente bien proporcionada.

No obstante, es fuerza declarar que para hacer lo que estos hombres, además de su ingenio soberano, se necesita un gran vigor corporal que pocos poseen: mas a nadie se le pide sino lo que puede ejecutar buenamente.

Así la vió Doroteo durante diez años, como si fuese una criatura insensible al tiempo, y así la hubiese visto siempre. Pero un día se dió cuenta de que empezaba á disgregarse su armonía corporal, como si las tres sangres que existían en ella se hubiesen cansado de permanecer revueltas, aislándose, para asomar cada una por separado á la superficie.

Eso mismo pasará a los otros hombres. ¿Qué soy yo mismo separado de esta forma corporal en que me veo, fuera del tiempo y el espacio que llevo en el cerebro? ¿Cuál es mi propia esencia y la esencia del Universo?... No lo . No lo sabré jamás. Los esfuerzos de la filosofía se han estrellado contra este misterio impenetrable. Nadie ha descifrado hasta ahora el gran enigma de la existencia.