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Mientras se hablaba de lo mucho bueno que había en la catedral y el lugareño se pasmaba y su señora repetía aquellas admiraciones, Obdulia se miraba como podía, en las altas cornucopias. El Magistral se despidió. No podía acompañar a aquellas señoras, lo sentía mucho... pero le esperaba la obligación... el coro. Todos se inclinaron.

Las tres obras de escultura de que hemos hablado estaban ya expuestas al público el martes, no en las iglesias, sino en una inmensa sala baja entapizada de rojo damasco, adornada de cornucopias, flores y verdura, e iluminada por la noche con profusión de velas de cera.

Arrimados a ellos había un canapé, varias sillas y otros muebles contemporáneos de la cómoda; colgado sobre ésta, un Eccehomo entre dos cornucopias de buena talla dorada; sobre el canapé, una Purísima, y enfrente de estos cuadros, otros dos, de santos también, todos ellos al óleo y en marcos dorados, pero sumamente deslucidos ya.

Las paredes de la sala donde estaba la Cena se tapizaban de damasco carmesí; sobre el damasco se colgaban lindas y antiguas cornucopias con muchas velas de cera ardiendo, y también en la sala había verdes plantas, y canarios en jaulas, y una enorme cruz negra de madera, con adornos y remates de plata fina, asida a la pared por fuertes alcayatas.

En los muros, tapizados de un verde oscuro rameado de otro más claro, veíanse algunas cornucopias enormes con figurillas grabadas en el cristal. Un par de cuadros religiosos, de dudoso dibujo, ocupaban el testero principal, y bajo ellos, rodeado de taburetes cojos, había un sofá raído y destrozado por el roce continuo con pedigüeños impacientes o canónigos de gran peso.

Al entrar vieron librerías de lance, en cuyo interior se agrupaban viejos señores de traje raído hojeando volúmenes, hundiendo en ellos su nariz coronada por los anteojos; tiendecillas de indescriptible amontonamiento, en las que se confundían cuadros de agujereado lienzo, piezas de vidrio sucio y opaco, cofres viejos y cornucopias con el oro descascarillado y los remates incompletos.

La sala, sin embargo, resplandecía como un ascua de oro, porque estaba iluminada con tres magníficos velones de Lucena de a cuatro mecheros cada uno y con algunas velas de cera que ardían en los candeleros de media docena de hermosas cornucopias, colgadas en las paredes sobre el rojo damasco que las tapizaba.

Hay espaciosas salas con toscas cornucopias, con viejos grabados alemanes, con pequeñas litografías en las que se explica cómo «Matilde, hermana de Ricardo de Inglaterra, antes de pronunciar su voto», etc. Hay una biblioteca con cuatro mil volúmenes en varias lenguas y de todos los tiempos.

Fue inquisidor, también en Méjico, y trajo de allá estas cornucopias que ves alrededor de la sala junto a la cornisa del techo. Tiéneselas por cosa notable, aunque no lo parecen a la simple vista. Este vargueño tan roído ya por la polilla, también fue traído de Méjico por el mismo inquisidor... ¿Te fijas en la sillería, eh?

Ya habrás notado que no juega con el vargueño ni con las cornucopias, ni se honra con tan señalada procedencia. Es ebanistería de la más mala entre lo peor que se ha hecho y estilado en esta tierra. Con todo, tiene para gran mérito por los recuerdos que me trae a la memoria... ¿Te vas enterando también, desaboría gitana? , zeñó, contestó la rondeña, muy grave y con los ojos muy abiertos.