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Dimmesdale, observaron que jamás mostró tanta energía en su aspecto y hasta en su modo de andar, como la que desplegaba en la procesión. Su pisada no era vacilante, como en otras ocasiones, sino firme; no iba con el cuerpo casi doblado, ni se llevaba como de costumbre la mano al corazón.

El corazón me latió locamente, pero como en un relámpago, la vi ante , como aquella noche, alejándose riendo y negando con la mano: "no, ya estoy satisfecha"... ¡Ah, no, yo también! ¡Con aquello tenía bastante! Me voy le dije bien claro porque estoy hasta aquí, de dolor, ridiculez y vergüenza de mismo! ¿Está contenta ahora? Tenía aún la mano en la mía.

Enternecido por tanta sencillez y tan fiel y amorosa obediencia, vertió él lágrimas de piedad y de afecto, y nunca tuvo corazón para descubrir a su hija que la imagen que veía en el espejo era el trasunto de su propia dulce figura, que el poderoso y blando lazo del amor filial hacía cada vez más semejante a la de su difunta madre.

Ella, con palabritas cortadas y melindres, dió a entender que su corazón no era de cal y ladrillo; pero que como los hombres son tan pícaros y reveseros, había que dar largas y cobrar confianza, antes de aventurarse en un juego en que casi siempre todos los naipes se vuelven malillas.

Su cara encendida y seca, sus ojos iluminados por esplendor siniestro, su inquietud ansiosa, sus bruscos saltos en el lecho, cual si quisiera huir de algo que le asustaba, eran espectáculo tristísimo que oprimía el corazón.

los viste lanzarse á la pelea, Blandir la espada, sacudir la tea, Vencer, y caer en la pujante accion Mientras que , cruzando las esferas Dabas aire de Chile á las banderas, Y fuego del patriota al corazon.

Guardad esos fieros para las mujeres y para los rapaces, que a no se me asusta con ellos. ¡Sacrílegos! Vendrá Don Juan Manuel y os arrojará de esta casa que estáis profanando con vuestras concupiscencias. ¡Un rayo me parta! ¡Me da el corazón que hoy ceno lengua de clérigo! DON FARRUQUI

¡Agáchense! ordenó nuestro guía, y vimos el débil bulto de su luz iluminando nuestro camino a lo largo de una senda estrecha y tortuosa, que se extendía hasta el mismo corazón del enorme peñasco. Por ciertos puntos cruzábamos entre lodazales de barro y moho pegajoso, mientras el aire allí detenido despedía un olor desagradable, sucio y malsano.

21 Oíd ahora esto, pueblo loco y sin corazón, que tienen ojos y no ven, que tienen oídos y no oyen. 22 ¿A no [me] temeréis? Dice el SE

Todavía, escudado por su humildad, trató don Paco de ocultar que estaba ya satisfecho, que había depuesto su enojo y que sus recelos se habían disipado. Con menos seriedad, sonriendo y entre veras y burlas, dijo; Me fío de ti; conozco que hablas con el corazón. No, no piensas en engañarme; pero, sin duda, misma te engañas.