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Hablaba siempre del corazón, llevándose la mano, que era un prodigio, al palpitante seno, que era toda una obra de fábrica del nácar más puro. Atribuía al subsuelo de aquella accidentada naturaleza los verdaderos tesoros de su persona; pero los inteligentes, Nepomuceno entre ellos, estimaban en más el derecho de superficie.

¡Que perezca cuanto ame! ¡Que su corazon de fiera lento y lento el dolor hiera y no le mate el dolor! ¡Que sus noches el infierno llene con sueños de espanto! ¡Que nunca aplaque su llanto la cólera del Señor!

Conservo íntegras las creencias en que fuí criado; guardo incólume la fe de mis padres, y ella ha sido para , en mis horas negras, en mis días tristes, fuente de consuelo, faro salvador; ella alivió mis dolores y restañó siempre las heridas más hondas de mi corazón con el bálsamo de las eternas esperanzas.

¡Siento como que me duele el corazón, oyéndolo hablar así, don Melchor...! ¿por qué dice todo eso? ¡Porque es verdad! Qué ha de ser, ¡señor!... y aunque fuera... que no lo es... siempre hay quienes lo quieren de veras, don Melchor. ¡A ?... ¡Bah!... ¿Y los viejos?... ¿y las niñas?... ¡sus hermanas, don Melchor! ¡recuérdese de la «nena»!

Su telar, en el que trabajaba sin reposo, había reaccionado sobre él, fortificando a su corazón el deseo de oír la repuesta de su ruido monótono. Y su tesoro, mientras estaba inclinado sobre él y lo veía crecer, conjuraría en su alma la facultad de amar, la endurecía y la aislaba como las monedas de metal que lo componían.

Cuente V., pues, conmigo para elegir diputado a D. Jaime Pimentel, y créame su afectísimo amigo». Tal era la carta de D. Juan Fresco que tanto alegró el corazón de D. Acisclo. Lo esencial era que D. Juan apoyase su empresa, fuese por lo que fuese.

Ellas y yo moriremos sin habernos vuelto á ver. Eso es lo que me desgarra el corazón, Cristián; acepto mi miserable suerte, me resigno á sufrir, pero no á que sufran los que amo. Dejó caer la cabeza hasta las rodillas y así, con el cuerpo enflaquecido, encorvado en su sayal de tosco lienzo, se echó á llorar como un niño.

Clara muy pálida y con el entrecejo fruncido le preguntó al cabo secamente: ¿Qué deseaba usted? Pero Elena sin responder clavó en ella una mirada de angustia y de dolor tan intensos que traspasó el corazón de su cuñada. Dio ésta un paso hacia ella y tomándola por la mano y cerrando después la puerta le dijo gravemente: Ven conmigo.

Las afecciones orgánicas del corazon solo logran un efecto paliativo y la desaparicion momentánea de las hidropesías que dependen de ellas. Entre las contraindicaciones de la digital, no hemos titubeado en colocar las flegmasías francas, y aun las subagudas.

Mandó á su eunuco Mansur, hagib á la sazon por muerte de Abde-r-rahman Ibn Mugheyth, que convocase á los jeques de su consejo y á los secretarios de su mayor confianza, y despues de referirles la sugestion que aquella mañana le habia ocupado, les habló así en tono inspirado y solemne: «Dos gigantes aspiran á dominar el mundo; el tercero que rivalizaba con ellos no lleva en sus entrañas corazon ni culto . El dragon imperial que habia trabado alianza con la Cruz está herido de muerte. ¿Quién dudará de la victoria del leon del desierto?