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«¡Adorable criatura! ¡Tan hermosa!... Había nacido para el amor y el lujo, é iba á morir desgarrada por las balas, como un rudo soldado...» Le parecían admirables las precauciones adoptadas por su coquetería para este último instante. Deseaba morir como había vivido, echando sobre su persona todo lo mejor que poseía.

Ruborizose Laura hasta la raíz de los cabellos al oír semejante frase... Y Coca, siempre espontánea y sincera, le dijo en voz baja: Creo que vas a ganar la apuesta... Te casarás con Vázquez... Me alegro y te felicito... Si la coquetería y la mentira triunfan a veces, también triunfan otras veces la buena fe y la bondad... Lo reconozco.

Obdulia estaba pálida de emoción. Se moría de envidia. «¡El pueblo entero pendiente de los pasos, de los movimientos, del traje de Ana, de su color, de sus gestos!... ¡Y venía descalza! ¡Los pies blanquísimos, desnudos, admirados y compadecidos por multitud inmensa!». Esto era para la de Fandiño el bello ideal de la coquetería.

Vayamos ahora al Palacio Real, cuya historia es más breve y galante. Sepa el lector que durante el trascurso de algunos siglos, ese palacio fué el centro espléndido de la coquetería parisiense.

La mujer de las clases populares no tiene tampoco traje característico; pero su toilette de gala, aunque poco singular, es bastante graciosa: zapato bajo, negro ó color claro; media blanca: vestido entero de percal, casi rayando con el suelo, adornado con uno ó más volantes de la misma tela; pequeño delantal negro; un pañolillo de vivos colores, cruzado sobre el pecho, dejando adivinar todas las primorosas líneas del talle; y, finalmente, otro pañuelo de seda, llamado de la India, también muy vistoso, doblado diagonalmente, prendido sobre la cabeza con un alfiler y atado debajo de la barba..... Este tocado, merced á ciertos picarescos fruncidos y dobleces, llega á dar al óvalo del rostro un carácter confuso, entre monjil y judaico, de irresistible coquetería....., cuando la interesada es interesante.

¡Ya salió a relucir el gastrónomo!... Pues mira, aunque la coquetería atractivo o sabor, o lo que quieras, yo no soy coqueta... menos que nadie tienes derecho a decirlo... Digo... ¡me parece!... Es verdad; tienes razón, tienes muchísima razón. Yo no puedo llamarte coqueta... Pero la coquetería de que yo hablaba es de otra clase.

Entonces vio a Magdalena que estaba contemplándoles, tan pálida como la rosa blanca que acababa de cortar en el jardín, y que con infantil coquetería lucía en los cabellos. Leoville corrió hacia ella y le preguntó en voz baja: ¿Qué te pasa, Magdalena? ¿Estás indispuesta? ¿Qué tienes? No me pasa nada, Amaury respondió la pobre niña.

La sorpresa y el júbilo de este fueron indescriptibles, por más que estuviese receloso aún de que en los atrevimientos de don Andrés la coquetería de Juanita había entrado por algo. Agradecido a la visita no esperada, don Paco se mostró muy fino, pero disimuló su alegría y procuró poner el rostro lo más grave y severo que pudo.

Era tan fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un ojo contraído y otro muy abierto, que todos vieron una línea ilusoria desde la boca de su pistola al pecho del que estaba enfrente, un camino que la pequeña esfera de plomo iba á seguir con inexorable rectitud. Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba el momento de dar la muerte, por una especie de coquetería salvaje.

Bailaron la muchacha y el panadero toda la tarde con gran entusiasmo. Carlos esperó a que la Ignacia se encontrara sola y la insultó y la echó en cara su coquetería y su falsedad. La muchacha, que no tenía gran inclinación por Carlos, al verle tan violento cobró por él desvío y miedo.