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Al entrar en el Borne atrajo su atención la inmovilidad de varios paseantes que bajo la sombra de los copudos árboles contemplaban a unos campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoció sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran ibicencos... ¡Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de un año remoto de su adolescencia pasado allá.

Entre las jaras, tarajes, lentiscos y durillos, en la espesura de la fragosa sierra, a la sombra de los altos pinos y copudos alcornoques, discurren valerosos jabalíes y ligeros corzos y venados: por toda la feraz campiña abundan la liebre, el conejo, la perdiz y hasta el sison corpulento, y toda clase de palomas, desde la torcaz hasta la zurita.

Bien cuidadas sendas iban de un lugar a otro, entre dos hileras de árboles copudos y umbríos. Los frutales más preciosos se ostentaban en las huertas.

Uno de ellos, más soleado que cuantos había dejado atrás, apareció de repente a mi vista en un vallecito, al pie de una ladera rapidísima, por la cual descendía mi jamelgo paso a paso entre un laberinto admirable de viejos y copudos robles que parecían puestos allí para mantener las tierras del monte adheridas a su esqueleto: tan agria era la cuesta.

Dicen que son un anacronismo, que jamás han existido en esta tierra, y las han importado los ricos de gustos ordinarios que edifican desde hace cincuenta años en la Costa Azul. Ellos sólo admiten el antiguo jardín provenzal ó italiano, olivos, laureles y cipreses, pero no cipreses como los de España, copudos, enormes y fúnebres, para adorno de calvarios y cementerios.

No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.

El castillo de aspecto monótono, con un tosco jardín, estaba casi siempre situado lejos, lo más lejos posible del mar, en algún sitio sin aire, privado de vista, rodeado de húmedas arboledas. Asimismo, el caserío inglés, perdido entre la sombra de copudos árboles y entre la pesada niebla, reflejaba con frecuencia su silueta en el fango de algún insalubre pantano.

Luz se hubiera contentado con muchísimo menos: con un pedacito del mundo, precisamente de la parte de él más desdeñada de las gentes mundanas; algo así como cuadro de primavera campestre: praderas rozagantes, copudos robles, matas de rosales, senderos blandos y retorcidos entre los árboles y los rosales y las praderas; un sol cernido a través de las espesuras; fuertes contrastes de luz y sombra; rumor de brisas en el follaje y de aguas fugitivas entre márgenes de madreselvas y laureles bravíos; pájaros cantadores, y en lo alto, pero no lejos del río, sobre una base de roca blanquecina medio envuelta entre carrascas, hiedras y escaramujos, una casita, no como la choza rústica y grosera de los idilios, no tanto: podía ser un chalet muy cómodo y muy lindo, hasta con su salita de estudio y un buen piano en ella, y un terradillo desde el cual se descubriera una gran parte del panorama y se entrara en tentaciones de recorrer lo que no se veía...

La baronesa, a quien el silencio era odioso porque le hacía pensar en la muerte, gustaba de todo ese movimiento, si bien mezclándose poco directamente a él por cuanto el reuma no le dejaba casi momento de reposo; pero ya desde su sillón de donde daba órdenes como desde un trono, ya sentada a la sombra de los copudos árboles del parque, complacíase en ver agitarse aquella brillante juventud, que la formaba una pequeña corte, deleitándose en ver desfilar aquellos breacks, aquellos mails llenos de exquisitas elegancias, rebosando refinadas alegrías.

Luego, atravesando vías silenciosas y obscuras, entró en una barriada de edificios nuevos. Íbamos hacia la casa de Olga del Monte. Pero ¿qué interés tenía el general de mezclarme en sus rencores amorosos?... Se detuvo el vehículo en una avenida bordeada de copudos fresnos y anchas aceras. Los reverberos no eran tan numerosos como en el centro de la capital.