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Era nuestro héroe ya muy hombre y todavía al recordar estos abrazos experimentaba una dulzura inexplicable. Desgraciadamente, como sucede casi siempre, Petra se desvaneció con el poder; en vez de mantener su dominio en los límites discretos y convenientes, empujolo lentamente hasta los últimos extremos, convirtiéndolo en un despotismo escandaloso y repugnante.

Los horrores de la guerra habían pasado sobre este organismo como una llamarada que seca cuanto toca, lo apergamina, y acaba convirtiéndolo en polvo. Parecía una momia, tostada por el resplandor de los incendios, estremecida por las lágrimas y los quejidos de millares de seres. «¡Lo que esos oídos habrán escuchado!», se dijo Miguel.

Ningún peligro hubiera detenido en aquel momento al denodado joven, de ordinario tan comedido y pacífico, pero cuyo semblante indicaba que la indignación y la cólera lo cegaban, convirtiéndolo en temible adversario. Llegado frente al negro, le descargó tan furioso garrotazo que soltó el cuchillo y huyó lanzando gritos de dolor.

El agua de lino apelmaza el cabello en forma compacta, convirtiéndolo en una pasta como de cemento armado, que defiende el cerebro contra la penetración de toda idea. Si se les toca con los nudillos, su cabeza suena a hueco, como un coco después de sacarle la pulpa. Todo es liso en la cabeza de estos jóvenes, por dentro y por fuera.

Así es que doblé las puntas de mi pañuelo convirtiéndolo en un saco, dejé caer dentro una moneda, y, sin decir palabra, lo pasé al juez, quien añadió sencillamente otra moneda de oro de veinte pesos y la pasó a su vecino; cuando el pañuelo volvió a mis manos contenía una cantidad respetable que entregué inmediatamente a Hop-Sing. Para el recién nacido, de parte de sus padrinos.

Es, en fin, la gran ramera de la vida, que se resiste al esforzado, se entrega al ruin, a cualquiera se vende, y hasta de largo en largo se deja conquistar por el bueno, convirtiéndolo en blanco de envidiosos.

Comenzaba á despertar la explotación de las minas y se hablaba de limpiar el Nervión, convirtiéndolo en un puerto para que los vapores llegasen hasta el mismo paseo del Arenal. ¡Adiós las gabarras!