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Mientras el doctor pasaba el rato inocentemente, el conde Dandolo, el capitán Bretignières y los Vitré, comían juntos en casa del señor de Villanera. Germana tenía buen apetito; pero en cambio el pobre Gastón no comía más que con los ojos. A los postres se entabló una conversación muy interesante.

Y don Paco halló lo más prudente no dar a entender que había oído, y no traer de nuevo la conversación a tema para él tan enojoso. A fin de disimular, trató de aparecer sereno y alegre; habló de las novedades políticas; se congratuló de que don Andrés Rubio acabase de obtener una gran cruz y fuese ya excelentísimo; y, por último, echó unas cuantas manos de tute con el maestro de escuela.

Las palabras de ella también alarmaban á Robledo. Nunca había estado en América, y sin embargo, una tarde, en un del Ritz, le habló de su paso por San Francisco de California, cuando era niña. Otras veces dejaba rodar aturdidamente en el curso de su conversación nombres de ciudades remotas ó de personajes de fama universal, como si los conociese mucho.

Cuando el tiempo no les preocupaba, eran las reses el objeto de su conversación, y especialmente los toros, de los que hablaban con ternura, como si estuviesen ligados a ellos por un parentesco de raza. Los ganaderos escuchaban con respeto las opiniones del marqués, reconociendo el prestigio de su fortuna superior.

Apenas la vio don Juan, dijo como si tratase de reanudar la conversación que anteriormente tuvieron: Hoy que está usted monísima. ¡Cualquiera diría que se ha escapado usted de uno de esos conventos donde se educan las señoritas de la grandeza! Pues mire usted, estoy que rabio. Hoy me han repartido otro papel... también de esos que... en fin, véalo usted.

¿Bromas?... ¿A que digo «de qué» estás enfermo?... ¿Digo? ¡Pero esta muchacha que no viene! exclamó el viejo, más que nada por cambiar de conversación y aproximándose de nuevo a la ventana, dijo: ¡Pampita! ¿y el mate? ¡Voy, tata!

Mirábame con ojos donde chispeaba la gana de soltar una carcajada. Paré, pues, en firme la lengua, y más colorado que un pavo tosí tres o cuatro veces hasta reventar, supremo disimulo que hallé entonces, y le pregunté, afectando gran dominio de mismo, cuántos vasos había bebido ya. Entablamos una conversación indiferente. Sin embargo, a los pocos momentos ella misma volvió a sacar la otra.

¡Calumnias y falsedades serán! gritó el enano, ya enteramente descompuesto. Yo me limité a alzar los hombros con afectada indiferencia. Todavía se desahogó un instante y protestó violentamente del poco cuidado que le inspiraba la Justicia teniendo la conciencia limpia; pero la píldora iba haciendo su efecto. No tardé en conocerlo por el sesgo más suave y amical que tomó la conversación.

Fuimos á continuar en el salón nuestras simpáticas efusiones, olvidando la señora de Laroque, cada vez más, el tono de benévola protección, que hasta entonces me había chocado en su conversación particular conmigo. Me confesó, que el demonio del teatro la atormentaba en alto grado, y que meditaba hacer representar comedias en el castillo. Me pidió consejos sobre la organización de esta diversión.

Aquel cuchicheo tan suave que salía de su boca, penetraba en todo mi ser y lo henchía de voluptuosidad. Hubiese querido prolongar unos instantes más aquel estado, y morirme después. Cuando volvíamos para casa traté de explicarle algo de lo que me pasaba, para que conociese siquiera un parte del amor infinito que me inspira; pero siempre rehuía la conversación.