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Lo único que se supo de cierto fué que el P. Camorra tuvo que dejar el pueblo para trasladarse á otro ó estar algun tiempo en el convento de Manila. ¡Pobre P. Camorra! exclamaba Ben Zayb echándoselas de generoso; ¡era tan alegre, tenía tan buen corazon!

Testamento de Antonio Pérez, otorgado en París el 29 de octubre de 1611, haciendo profesión de fe católica, mandando se enterrara su cuerpo en la iglesia del Convento de los Celestinos, y que se celebraran misas por el reposo de su alma.

Al contrario, era hombre joven todavía, pues apenas andaba en los cuarenta; poco erudito y muy despejado, de imperiosa y breve palabra, y sobradamente capaz de sujetar y meter en cintura á un convento de frailes y también á una horda de piratas.

Los consuelos y las predicciones del aya le habían hecho esperar que su existencia sería menos amarga en el convento que en el castillo de Orsdael. La viuda salió después de abrazar tiernamente a Elena. Apenas hubo Marta cerrado la puerta, la expresión de su rostro cambió por completo.

La iglesia está en obra y el convento en completa ruina, estado en que permanecerán largo tiempo, teniendo en cuenta la proverbial resistencia pasiva del natural de Tiaong, quien prestará pocos y tardíos auxilios. No hay Tribunal, y la escuela la constituye un malísimo camarín. El cuartel de la Guardia civil se levantó á fuerza de excitaciones y algo más.

Allí se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la Armería; nada de teatros ni de bailes que aún son más peligrosos que en Vetusta: correr calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa. Las niñas vuelven a su tierra diciendo de todo corazón que se han aburrido en la Corte, que su convento de su alma, que cuánto más se divertían allí con las Madres y las compañeras.

Y siguió hacia el convento, oyéndose en el silencio de la noche su clara y buena voz, que cantaba: Mi mujer y mi caballo, se me murieron a un tiempo. ¡Qué mujer ni qué demonio! Mi caballo es lo que siento. Vete a acostar, Manuel, y liberal le dijo su madre cuando llegaron. De eso cuidará mi mujer respondió este . ¿No es verdad, morena?

Una hora después de esta conversación, la tía María caminaba de vuelta al convento, sin haber logrado que el huraño y obstinado catalán accediese a trasladarse a él. Cabalgaba la buena anciana en la insigne Golondrina, decana apacible del gremio borrical de la comarca.

Lacante continuó: Mi casa no está hecha para criar palomas... Mis costumbres... mis amigos... las conversaciones... yo mismo... No me hago ilusiones; no tengo nada de lo que haría falta. ¿Qué va usted a decidir? No tengo dónde elegir, amigo mío; voy a meterla en un convento. ¡En un convento!... ¡

Primero los cuidados mercenarios del ama, luego la hipocresía del convento, después la inútil compañía de un aya extranjera, más tarde la libertad de los salones, las emociones del teatro, la tentación por el espectáculo del mal.... Y rara vez, interrumpió el cura, el ejemplo de la virtud. Felizmente Josefina es una de esas naturalezas que repugnan instintivamente lo torpe.