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Los informes de Pepe procedían generalmente de las imprentas donde se tiraban extraordinarios y hojas volantes de periódicos, que mentían con frecuencia: las nuevas de Tirso tenían origen desconocido; pero, a veces, se anticipaban a las oficiales, eran más exactas o llegaban a confirmarse, acusando todo que el manantial en que las bebía era bueno; con lo cual Pepe fue convenciéndose de que su hermano frecuentaba gentes directamente interesadas en los acontecimientos, y corroborándose en la idea de que el viaje de Tirso fue el desempeño de una misión más o menos importante, pero indudable.

Es verdad, es verdad gimió angustiado el profesor . ¡Dioses poderosos! ¡Y no poder estar yo al lado de usted para defenderle durante su sueño! ¿Qué hacer?... Se preguntó esto varias veces, convenciéndose al fin de que lo primero que debía hacer era marcharse, pues el miedo le hacía insufrible su permanencia allí. Temía ser sorprendida en su regreso á la capital si dejaba que cerrase la noche.

Las anteriores paces se concertaron con los elementos de la confianza y la hidalguía por una parte, y el terror y la necesidad por otra, convenciéndose bien pronto los españoles de lo mentido de las promesas y la falsía de la sumisión.

Cuando hubo colocado sobre la cama todo lo necesario para la vestimenta del maestro, pasó revista a los numerosos objetos, convenciéndose de que nada faltaba. Luego se plantó en el centro del cuarto, y sin mirar a Gallardo, como si hablase consigo mismo, dijo con voz bronca y cerrado acento: ¡Las !

El Conde, accediendo á sus ruegos, le retira aparentemente su favor, lo encierra en la cárcel y le confisca todos sus bienes, convenciéndose pronto de la falsedad de sus sospechas, puesto que tanto su amigo como su amada le dan pruebas, en la desgracia, de su afecto y fidelidad.

Llegó también este suceso á oídos del Pachá, que dió tormento á algunos esclavos para obligarlos á declarar la verdad, convenciéndose al fin de que sólo habían tratado de representar una comedia; pero se vió, no obstante, en la necesidad de entregar seis españoles á la amotinada chusma de Argel, que les dió una muerte horrorosa. V. á Navarrete, pág. 366.

Algunas veces Lázaro creía ir convenciéndose de que la tierra era el asiento del mal, como le habían dicho sus maestros: todo, al parecer, le incitaba para inclinarse a esta opinión. Mezclado con su amor a la humanidad, empezaba a sentir desprecio hacia el hombre, ser extraño, ridículo y sublime al mismo tiempo, que con frecuencia es malo, pero que algunas veces es peor.

Por su parte, el cura iba convenciéndose de que había venido a ser entre sus padres y hermanos como árbol trasplantado de pronto a distinta tierra de la en que nació. Difícil era que él arraigase allí ni pudiera vivir en paz con los suyos.

Visítanla en la prisión la Verdad, el Consuelo y la Salud: los mensajeros, que envía á Dulcelirio, regresan trayendo respuestas evasivas; pero no tarda éste en presentarse, y disfrazado de monje la confiesa, convenciéndose así de su inocencia, por cuya razón la defiende, y vence á su calumniador.

Lázaro llegó a ser uno de los seres más desdichados de la tierra: el cura que adquiere la costumbre de pensar. Lenta, muy lentamente, pero de un modo seguro y cierto, fue convenciéndose de que le habían educado dándole por verdades infalibles afirmaciones que no podía comprender; y, sin embargo, no cedía.