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»Y, entretanto, al aceptar las reflexiones de mi madre y el consejo de Pepe Guzmán, ¿no había suscrito yo, implícitamente, un contrato de deslealtades y perjurios por el resto de mi vida? Y la que estaba resuelta a lo más, ¿por qué se detenía ante lo menos?

Casi se oiría el volar de una mosca, sobre todo en las cercanías del palco presidencial. Procediose a la firma y lectura del contrato de Unión.

Durante los últimos dieciocho años cierta corporación ha extraído un millón de toneladas, no siendo éstas más que la tercera parte de lo que se le ha concedido por contrato. Los principales productos vegetales del Perú son la caña de azúcar, el algodón y el arroz. Las mejores clases de algodón se cultivan cerca de Piura y son embarcadas en Paita.

¿Qué más he de decir a ustedes? Vengo de comer con ellos y de firmar el contrato. Así, pues, ¿se casan? Judit lo ha querido. Como última sorpresa, sin duda. ¡Tal vez le tenga reservada alguna otra! ¿Cuál? preguntó vivamente el profesor en Derecho. Lo ignoro respondió el notario con una sonrisa; pero se asegura que el anciano Duque, su difunto esposo, no la llamaba nunca más que: mi hija.

Le ofrezco dos mil francos mensuales, y hacemos un contrato por cinco años. Trátase de un oficio fácil, honrado y horro de fatiga. Siete horas de presencia por día y mucha consideración.

En un contrato de compra y venta en el año de 268, vemos á la rica y joven viuda Priscila comprando una bonita esclava en la flor de su edad, y pagando por ella cinco mil dracmas. Como ya la muchacha había pertenecido á un oficial de caballería, llamado Aurelio Coluto, no es muy de creer que su inocencia inmaculada entrase por mucho en tan subido precio.

El rey firmó al mismo tiempo su contrato y su cesantía, y el duque se encontró casado y destituido el mismo día. El nuevo poder le hubiera acogido de muy buena gana entre la multitud de los tránsfugas; incluso se llegó a decir que el ministerio Casimiro Périer le había hecho algunas proposiciones. El duque rechazó todos los empleos, primero por orgullo, pero también por una invencible pereza.

El anciano y el joven caminaron del brazo hasta el bulevar, uno hablando y el otro prestándole atención. Y L'Ambert entró en su casa dispuesto a redactar el contrato de matrimonio de la señorita Carlota Augusta de Villemaurin. Pero había pillado un terrible constipado, que no le permitió hacer nada.

Pues es preciso comer; haz un esfuerzo... ¿Es que no comes para hacerme rabiar?... Ven acá, tontuela, echa la cabecita aquí. Si no me enfado, si te quiero más que a mi vida, si por verte contenta, firmaba yo ahora un contrato de catarro vitalicio... Dame un poquito de esa camuesa... ¡Qué buena está! Déjame que te chupe el dedo...». Iban llegando los amigos de la casa que solían ir algunas noches.

Ni quiso prestarse a ser inerte objeto de un contrato, ni pudo oír con agrado las frases triviales, mejor o peor dichas, pero siempre falsas, con que el hombre pretende atraerse sonrisas y provocar miradas que pueda pregonar como favores.