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Sorpendida al ver que don Luis no estaba solo, se detuvo un instante sin soltar el tirador de la puerta, dudando si adelantar o volverse. ¿Estorbo? No, hija, entra. Pepe, que se disponía a marcharse, la saludo; contestole ella, y cogiendo de sobre la mesa un periódico, se puso a leer.

En ese instante nos detenía un joven grueso, de lentes, rosado, rubio y lindo como un retrato al pastel, con un ambiente de insignificancia que se aspiraba de lejos. Muy buenas noches, señorita. ¿Quiere usted darme el próximo vals? No me es posible, doctor Bello, estoy comprometida contestole Blanca con indiferencia. ¿La cuadrilla?... Me fatiga bailar cuadrillas replicole en el mismo tono.

Es una señorita, mi querido doctor, llena de atractivos, y usted me permitirá que le reitere mis más entusiastas felicitaciones y plácemes sinceros contestole el doctor de las Vueltas, empleando el tono más melifluo de su voz. Es una nereida, una verdadera hurí, tiene la hermosura de Dido y el paso de una diosa... exclamó el otro doctor entusiasmado.

Es la primera vez que lo veo. Y se sentó junto al picador, sin soltar la carabina, que conservaba entre las rodillas. Hazte pa allá, guasón dijo empujando a Potaje con su cuerpo. El picador, que le trataba con ruda camaradería, contestole con otro empellón, y los dos hombretones rieron al empujarse, regocijando a todos los de la mesa con estos jugueteos brutales.

A estas palabras, dichas con seriedad que más bien parecía broma, contestole Guillermina sentándose junto al pupitre, apoyando un codo en él, y mirando frente a frente al sobrino, cuya barba acarició con sus dedos, entre los cuales tenía enredado aún el rosario. «Todo eso lo dices por buscarme la lengua. Eres muy pillincito. Por de pronto vengan esos maderos que no te sirven para nada».

¡Que cante el virola! gritaba uno de los oyentes. ¡Tu madrina! contestole el guitarrero, que en efecto tenía los ojos más torcidos que una encrucijada. Cantá ché lo que has arreglao pa la Guardia Nacional.

XLVI-XLVII. La comparación del desarrollo histórico de este hecho con la dramatización del mismo, no deja de ser interesante, porque demuestra el ingenio, el arte y el cálculo de Tirso para revestirlo de su forma poética. En la recepción de Académico de la Real Academia Española del popular poeta D. José Zorrilla, el 31 de mayo de 1885, contestóle, á nombre de tan ilustre Corporación, el Excmo.

Levantó melancólicamente la cabeza el señorito L'Ambert, y contestole con acento dolorido: Doctor, ¿perderé la nariz? No, señor, no la perderéis. ¡Válgame Dios, caballero! ¿cómo podríais perderla de nuevo, si la habéis perdido ya? Y mientras se expresaba de esta suerte, vertía el agua de Brocchieri sobre una compresa. ¡Cielos! exclamó de repente, tengo una idea, caballero.

Al volver la esquina, miráronse ambos en silencio, cual si el exceso de su espanto les paralizara las lenguas... El coche había desaparecido, y ni por una ni por otra parte del paseo se divisaba a lo lejos. ¿Le habías ya pagado? preguntó Jacobo estupefacto. Y ella, pegándose a él con el temblor de un calenturiento, contestóle muy bajo: No..., no le había pagado.

Pero muy sencillamente: cenando nosotros en el Café Anglais y mi correntino durmiendo en la comisaría. ¡Ja! ¡ja! y todos a una reían de la espiritual aventura de Montifiori. ¿Y qué es de tu mamá, Blanca? no la veo le preguntó a su hija. Ahí anda, con don Benito... contestole su hija haciendo un gracioso movimiento de cabeza. ¡Joven y linda como la hija!