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¡Dios mío, qué desgracia! exclamó llevándose las manos al rostro. ¿Desgracia? preguntó ella con asombro. ¿Por qué? Yo estoy muy contenta. Y viendo sus ojazos dilatados, estupefactos, le explicó riendo que era feliz con esperar una prenda de sus amores; que no tuviese miedo alguno porque ella sabría arreglarse para que nada se descubriera.

¡Pues qué, señor! contestó la condesa ¿No tiene la fama más que una trompeta guerrera? ¡Qué divinamente ha cantado esa mujer sin igual! ¡Con qué desenvoltura de buen gusto se ha presentado en la escena! Es un prodigio. Y luego, ¡cómo se comunican de uno en otro el entusiasmo y la exaltación! Yo, además, estaba muy contenta, viendo al duque tan satisfecho, a Stein tan conmovido...

Quería una mujer que tomase la vida por el buen lado, feliz en gozar del lujo, satisfecha de ser «del mundo» y contenta de divertirse en su compañía.

Allí se necesitan los unos a los otros, y la existencia de una solterona... Sería un escándalo añadió la abuela contenta al ver que había en la tierra numerosas personas sensatas. Pero continuó, no nos extraviemos... Magdalena me ha prometido escuchar cuerdamente la proposición que nos hace usted el honor de trasmitirnos.

La gente, con su pueblo, que ha poblado, Está contenta, alegre y placentera; El fuerte tienen hecho torreado, Muy cerca de la playa y la ribera. Alegre está este sitio, acomodado, De vista y parecer en gran manera: Las cosas se dan todas de Castilla, Que el temple se semeja al de Sevilla.

Llamó muy quedito: /P «Camaroncito duro, Sácame del apuro.» P/ ¿Qué quiere el leñador? dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco. Nada para : ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura, señora maga, con tantos deseos. ¿Y qué quiere la señora, que ya no va a parar de querer? Pues una casa, señora maga, un castillito, un castillo.

Todo se reparaba con relativa rapidez y la gente mostrábase contenta hablando del pasado peligro con desprecio. ¡Hasta la otra! Además, se había repartido mucho dinero.

Ya no me verás triste. Si el señor cura dice: vámonos, me iré, y me separaré de muy contenta, muy alegre. Ya lo verás: no lloraré; ni una lágrima saldrá de mis ojos, y eso que parezco una chiquitina, y por cualquiera cosa ya estoy llorando.... ¿Me escribirás?

Por las noches se retiraba contenta. Tenía tres mil ó cuatro mil francos más; pero ¿qué era esto?... Se lamentaba de la escasez de su capital. Quería hacer el gran juego, para recuperar todo lo perdido. Así, poco á poco, no llegaría nunca. ¡Si pudiese reunir otra vez aquellos treinta mil francos, que subían ó bajaban, pero manteniéndose siempre fieles!...

Llega Lully o frisa en los treinta años, y no encuentra tal novio. La base de este ideal se derrumba. Lully tiene que contentarse con la mitad de lo idealizado. A falta de novio o de marido, hermoso, enamorado, galán y discreto, se contenta y resigna con que sea rico. Y Lully se casa. Entonces se esfuerza por construir para su uso otro más pequeño, aunque todavía poético ideal.